Política

Acuérdense de Acapulco

Una cosa hay que reconocerle a López Obrador: que no tiene fondo. Cuando creíamos que llamarles golpistas a los niños con cáncer o acusar a las mujeres violentadas de complotar para distraernos de la rifa de su avioncito era lo más bajo que podía caer, llega Otis a devorar Acapulco con sus dentelladas de viento y el Presidente, en vez de condolerse, de consolar a sus ciudadanos que han pasado por un infierno de agua, sale en cadena nacional a decir que “el número de personas que pierden la vida no debe ser tan significativo, no deja de ser algo cuantitativo”.

El problema no es que López quiera engrandecer su imagen a punta de ilusiones, sino que lo haga en lugar de dedicarse al trabajo para el cual lo elegimos, gastando sus horas efectivas en autoalabarse por las mañanas —la de ayer duró tres horas con 35 minutos— o en armar escenografías para la foto. Por eso le ha de haber reventado el hígado que hoy el retrato del sexenio, del personaje todo, sean esas imágenes mostrándolo atascado, acojonado en el asiento mientras sus militares y secretarios corren enlodados alrededor como gallinas descabezadas. El Presidente se ve pequeño, rebasado: inútil. A lo largo del sexenio nos ha dado con creces ejemplos de que, mayormente, lo es, pero eso de ordenar encaminarse por tierra a una zona recién devastada por un huracán categoría 5 para aparentar un liderazgo que no tuvo antes de la tragedia se lleva todas las palmas. Encima, de traje. Para meterse a una oficina y regresarse a la Ciudad de México sin encontrarse con un solo damnificado. Ni uno solo.

Acapulco ha pasado de ser una ciudad entregada al crimen organizado a ser una postal del apocalipsis zombi, donde los saqueos atacan no solo a los grandes negocios sino a lo que queda de las casas y los pequeños comercios, todo entre lodo y escombros, entre los troncos astillados de lo que algún día fueron sus emblemáticas palmeras. Y lo que viene: la actividad económica de Guerrero gira, mayormente, alrededor de Acapulco. Y esa ciudad ya no existe. Como respuesta el gobierno federal ha puesto en vigorosa marcha la operación lávenle la cara a López, mientras en el puerto cada vez están más escasas la gasolina, la comida y el agua potable, y ni les cuento la suerte de los poblados lejanos a donde no llega la prensa. El Ejército y la Guardia Nacional, que no parecen tener el menor interés en detener la rapiña, se han dedicado a limpiar carreteras y a acordonar el puerto para que solo le llegue a los desposeídos ayuda que venga del Presidente; no importa que ésta sea escasa y tardía, basta con que haya cámaras. Del estado de las comunidades interiores, a donde no llegan los medios, ni hablemos.

Es asunto de días para que en Guerrero se hagan presentes el dengue, la cólera y el hambre, pero López sigue emperrado en gobernar para su espejito, sin querer mojarse siquiera las uñas por su pueblo bueno. Tal parece que sus prioridades están muy, muy lejos del México que no sale en sus mañaneras. Y si no nos acordamos puntualmente de todo esto en las siguientes elecciones, Acapulco va a quedar apenas como un presagio de lo que le espera al país entero.


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Roberta Garza
  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Notivox (Notivox Monterrey y Notivox Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Notivox Diario con su columna Artículo mortis
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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