
Los rumores, mitos y leyendas que rondan a la geografía del extinto volcán del Ajusco ayudan poco para explicar la ola de desapariciones que viene ocurriendo de un tiempo a la fecha.
Un senderista que conoce esos caminos recomienda alejarse de los talamontes clandestinos porque van armados y son peligrosos. El padre de uno de los jóvenes desaparecidos afirma que el negocio del secuestro se halla detrás de lo sucedido con su hijo. Otro familiar escuchó decir que en esas montañas se han instalado laboratorios clandestinos para fabricar drogas.
Una fuente distinta aporta una narración según la cual, donde nace el río Magdalena, una secta practica sacrificios humanos; otro informante tendría noticia de un supuesto cementerio clandestino.
En la realidad, los familiares que buscan a sus seres queridos en el Ajusco topan con pared cada vez que persiguen alguna de estas pistas. De dos cosas, sin embargo, están convencidos: de que las autoridades les han dado la espalda y de que cuando visitan el Ajusco para intentar averiguar algo más, cruzan con sujetos que parecen peligrosos.
Luis Óscar Ayala García es la última persona reportada como desaparecida en ese parque nacional. Vestido con ropa de deporte, temprano por la mañana, el pasado martes 16 de septiembre habría arribado a la zona por el poblado de Xalatlaco. Con frecuencia solía ir a correr. Horas más tarde, antes de denunciar su desaparición, los familiares encontraron abandonado su vehículo en las faldas de la montaña.
Catorce días antes, del otro lado del parque, en San Miguel Xicalco, fue vista por última vez María Isabella Orozco Lozano, una joven de dieciséis años. Tres meses atrás, el sábado 12 de julio, desapareció Ana Amelí García Gámez, una estudiante de biología que ascendió hasta la elevación más alta del Ajusco, conocida como el Pico del Águila.
Una fotografía tomada por sus acompañantes aporta información a propósito del último lugar donde habría sido vista.
En noviembre del año anterior, el joven de 24 años, Olin Hernando Vargas Ojeda, se esfumó también. Su automóvil fue encontrado en el paraje Valle del Tezontle que se ubica a pocos kilómetros del Pico del Águila. La familia narra que dentro del carro había rastros de sangre y un pedazo de la playera que portaba aquel día.
Lo único que hay en común entre estas cuatro personas, además de su desaparición, es el Ajusco. Con la información disponible no podría argumentarse que las circunstancias de los casos comparten patrones similares, aunque tampoco cabría descartar que sean obra de los mismos criminales.
La familia de Hernando Vargas está convencida de que fue víctima de un secuestro. Fernando, su padre, recibió la misma noche de la desaparición un mensaje en su dispositivo a través del cual le exigieron una cantidad grande de dinero.
Días después, los supuestos plagiarios volvieron a contactarlo para demandar que se trasladara al santuario de Chalma, lugar donde habría de entregar un tercio del monto demandado originalmente. Temiendo que se tratara de una trampa, el padre suplicó por una prueba previa de vida que los plagiarios jamás otorgaron.
Don Fernando acusa a las autoridades de haber abandonado pronto la investigación. Reclama haberse reunido varias veces con la fiscal de la Ciudad, Bertha Alcalde, y con las autoridades de la alcaldía de Tlalpan, pero tal cosa no sirvió de nada.
A diferencia del anterior, el caso de Amelí García no puede considerarse secuestro porque nadie pidió rescate a cambio de su liberación. De ella se sabe que subió a la montaña, acompañada por otras cuatro personas, portando sobre su cabeza un casco cuyo logo coincide con el de la empresa Tepemecatl, que ofrece servicios de guía para practicar el senderismo.
En la fotografía proporcionada por sus acompañantes hay tres mujeres jóvenes y un hombre alto y delgado. Ricardo García, el padre de Amelí, asegura que su hija conoció aquel día a esas personas. No se explica sin embargo por qué dejaron que la chica bajara sola de vuelta la montaña.
“Se trata de un sendero en el que es difícil perderse”, me explica un asiduo visitante del Pico del Águila. “Si has llegado hasta arriba, no cuesta ningún trabajo recorrer el camino de regreso”.
Amelí trabajó un tiempo en un centro de escalada llamado Rock Solid. De ese lugar sacó el gusto por los paseos en la montaña. No fue por tanto aquella la primera vez que caminó el Ajusco.
Al tercer día de su desaparición, se organizó una brigada con más de trescientas personas que se patearon de arriba abajo los nueve kilómetros cuadrados de ese parque natural.
Bomberos, policías y personal de protección civil, acompañados de perros buscadores, escudriñaron laderas, parajes y barrancas sin ninguna suerte.
Argumenta el padre de Hernando Vargas que esa es la prueba de que las personas plagiadas en el Ajusco son luego trasladadas a otro lugar.
Una pista que no ha sido explorada por las autoridades son los vecinos que ofrecen servicios de guía. En esto coinciden los colegas de Rock Solid, el centro de escalada donde trabajó Amelí.
Ricardo García, padre de la joven bióloga, cuenta una anécdota que tampoco debió pasar desapercibida por la policía de investigación. Afirma que varias veces ha regresado al sitio donde desapareció su hija y que en más de una fue amedrentado por tripulantes de carros con las ventanas ahumadas.
Fernando Vargas cuenta que a él le sucedió algo parecido. Alguna vez que intentó replicar el recorrido que hizo su hijo rumbo al paraje donde se encontró abandonado el automóvil, le siguió luego un transporte sospechoso que lo habría escoltado hasta la proximidad de su domicilio.
¿Qué motivos podrían estar detrás de la desaparición de estas personas? ¿Secuestro? ¿Trata de personas? ¿Mensaje para que nadie más visite el Ajusco? ¿Dónde están Luis Óscar, Isabel, Hernando y Amelí? ¿Dónde está Pamela Gallardo, que desapareció en 2017, Josefina Avellaneda que se esfumó un año antes o Francisco Sandoval cuya última pista data de 2018?
Porque está rebasada, por negligente, por incapaz o porque es cómplice, lo cierto es que no será la autoridad quien se haga cargo de responder a estas preguntas, mucho menos de dar con el paradero de las personas desaparecidas.
Sus familias han descontado ya la posibilidad de su respaldo. Apelan, sin embargo, a la sociedad para que aporte pronto cualquier pieza de información que pudiera traer de vuelta a sus seres queridos.