En una entrevista de trabajo, una persona pasó con el consejo directivo de la organización. Iba recomendada por gente muy importante, excelentes credenciales académicas dentro y fuera del país, así como una impecable presentación. La decisión unánime fue su contratación; aunque no faltó quien dijo que no le daba buena espina, que los mensajes que recibió fueron más bien pura llamarada de petate y por su posición, al menos por ahora no se pueda cuestionar. Es eso que referimos cuando alguien que exalta la emoción, euforia o intensifica sus expresiones, pero que impactan poco y tienen poca relevancia. Al poco tiempo esa intuición no se equivocó y dio la razón de que la persona no era todo lo que había dicho.
Hoy el país vive recibiendo mensajes. Por una parte, los oficiales que, por ejemplo, dan cuenta de los recientes cambios en una Secretaría de la Función Pública; de la mejora en los niveles de percepción de la corrupción; de una consulta popular para enjuiciar a no se sabe quién. Muchos ejemplos. Por la otra, mensajes no oficiales pero inocultables, de retos que enfrenta la gobernabilidad y que son tan palmarios como el escuchar relatos de familias de personas desaparecidas hace meses o años; personas que, al margen de una pandemia de Covid-19 que ha revelado múltiples incapacidades de gobierno, tienen que vivir un verdadero viacrucis para recibir un servicio de salud pública que carece de insumos; de asaltos masivos en carreteras “vigiladas” por una Guardia militar que no está ni cerca de atender los retos de seguridad. También un largo etcétera de ejemplos que revelan sin mayor complejidad técnica ejemplos de la disfuncionalidad del Estado. Además, claro, de aspectos transversales que impiden a la ciudadanía filtrar todos esos mensajes por un tamiz adecuado. Entre otros, un derecho humano de transparencia y el acceso a la información pública, que parece estar suspendido; una rendición de cuentas, que parece estar derrumbada; o políticas tan necesarias como la implementación de un verdadero Sistema Nacional Anticorrupción, que frecuentemente es minimizado al amparo de expresiones como “se acabó la corrupción, ya no es como antes”.
México registra todas las mañanas información que fortalece un proceso de comprensión en el que, sin mayor razonamiento, la gente puede decir si tiene o no buena espina de lo que escucha en los medios de comunicación. Se trata de la intuición ciudadana que permite ver si se está haciendo lo correcto para el país, o bien si ante dichos, desprestigios, acusaciones y argüendes de pasillo, la gente vea que no es más que pura llamarada de petate y que como en la entrevista, por su posición, al menos por ahora no se pueda cuestionar.
Ricardo Corona*
* Abogado especialista en análisis de políticas públicas en materia de justicia y estado de derecho