Por Ricardo Becerra y Enrique Provencio*
Sin acuerdo, aunque todos estaban de acuerdo en principio, la Comisión Nacional de Salarios Mínimos acordó anoche el nivel de los salarios mínimos que estarán vigentes a partir de enero del 2021, luego de la gran caída económica de este año. Hace mucho que no enfrentábamos un escenario tan complicado para determinarlo con certeza, quizá desde la crisis del tequila, cuando se decidió enanizar al sueldo de garantía y atarlo -bien atado- a muchos precios para que nunca más pudiera ascender. Una de las esencias del neoliberalismo.
Pues bien, la actualidad se debate entre dos hechos dramáticos: las empresas, micro, pequeñas, medianas -aún las grandes- han visto dislocada, organización, oferta, demanda y expectativas. Según el INEGI, hasta agosto pasado, el 63 por ciento de las empresas declaraban no poder soportar los bajos niveles de actividad pandémica en los siguientes 12 meses. El 16 por ciento de ellas, ni siquiera 3 meses. A ese horizonte negro, hay que agregar la crudeza de un millón 11 mil empresas que ya desaparecieron entre 2019 y 2020 (ECOVID-IE).
Por otro lado, la desaparición de puestos de trabajo formales ronda los 760 mil hasta noviembre (luego de sumar los recuperados a los que se habían perdido este año). Y lo que resulta más ominoso es que los puestos de trabajo que se han creado en los dos últimos años tienden a pagar por lo bajo: el salario mínimo.
De 2018 a 2020 el número de trabajadores en ese nivel ha crecido en un 60 por ciento, es decir 2.67 millones de personas adicionales ganan el mínimo en México, tanto en la formalidad como en la informalidad (INEGI-Info-ENOE). Si seguimos este ritmo -acelerado por la pandemia- para el año 2023 la mitad del mercado laboral real en México ganará un salario mínimo. ¿Lo ven? La mitad ganando lo menos posible.
Esta es la tensión fundamental en nuestro tiempo, un dilema difícil que exige comprensión, historia e imaginación. Era relevante considerar las siguientes coordenadas para esa decisión en este momento crítico.
1) El principio es no perder lo ganado en estos dos años,en los cuales se alejó al salario mínimo -distancia de 15 pesos- sobre la línea de pobreza… de hambre. Ese es el piso civilizador de cualquier acuerdo. No obstante, hay que recordar que se trata de un sueldo inferior al de El Salvador o República Dominicana. Seguimos en un nivel rematadamente bajo, a pesar de los aumentos de 2018 y 2020. La experiencia de esos años mostró con claridad que los incrementos reales del mínimo no son inflacionarios y tampoco afectan otras variables económicas.
2) Si el mínimo debe llegar a 2024, a un nivel suficiente al de la línea de pobreza urbana para dos personas, entonces debió incrementarse al menos en 16 por ciento (se elevó en 15%, pero sin consenso empresarial) y sostener ese aumento los siguientes años (bajo la vigilancia de que la inflación no aumente). Es un objetivo minimalista, cierto, pero al menos se sostiene en la idea de que el salario garantizado no quede por debajo de los límites de la pobreza extrema.
3) Por eso, el salario mínimo debe ser apuntalado por dos cambios de política. El primero es comprender que si las empresas quiebran, el efecto de un mejor salario mínimo se evapora. A través del padrón del IMSS es posible establecer, cuál es la nómina que debe ser apoyada en México mediante un poderoso programa gubernamental que sustente los empleos en los siguientes 12 meses. Los apoyos a las empresas pequeñas y medianas para soportar las mejoras del salario mínimo se justifican, a condición de que se mantengan los empleos actuales.
4) En tiempos de tanta inestabilidad, la Comisión Nacional de Salarios Mínimos debería acordar reunir a su pleno de representantes 8 por segunda vez) en junio de 2021 para monitorear el estado del empleo, el salario y la pobreza laboral, tomar acciones y ejecutar otras nuevas.
5) De la política del salario mínimo van a depender cada vez más familias en México, por eso es indispensable contar con una política (objetivos, reformas institucionales, estudios y compromisos compartidos) que la hagan viable. No se trata de corregir -en el peor año de nuestras vidas- una aberración histórica, que tuvo a México como el país con el salario más bajo en América y uno de los más bajos del mundo en todo el siglo XXI.
Se trata de mantener lo poco que se ha ganado -después de casi cuarenta años- y apuntalar su crecimiento tan pronto la emergencia sanitaria quede atrás. Dentro de la pandemia, atisbar un horizonte, un poco más allá.
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*Ricardo Becerra, presidente del Instituto de Estudios para la Transición Democrática (IETD); Enrique Provencio, investigador del Programa Universitario de Estudios del Desarrollo de la UNAM e integrante del IETD.