La editorial Alfaguara ha publicado Tríptico del Cangrejo, la obra póstuma del escritor Álvaro Uribe. Tedi López Mills, pareja y compañera de toda la vida de Uribe, me invitó a escribir un prólogo. Acepté, aunque le dije que un libro de Álvaro no necesitaba ningún preámbulo. Ofrezco aquí un fragmento de esas palabras preliminares.
La muerte asedió a Álvaro Uribe tres veces; en dos ocasiones venció el cerco, el último le quitó la vida. En una de nuestras conversaciones, le pusimos un toque de humor a esos días nublados: lo que no te mata, siempre espera una segunda oportunidad. A él lo derrotó la muerte con armas invencibles la tercera vez. Tríptico del Cangrejo es el diario de ese asedio escrito en tres cuadernos, cada uno de ellos dedicado a sus tres encuentros con el cangrejo, a los caminos oscuros del cáncer en 2007, 2018 y 2021.
Nos tocó el raro don de la conversación. A los dos nos tomó el cáncer en el mismo año y hablamos largo de esos días negros. Habían pasado nuestros peores momentos y teníamos por delante nuestro examen final, un reconocimiento médico después de severos tratamientos. Quiero traer aquí esta entrada en la cual Uribe puso, en el primer diario de este tríptico, el dolor y el miedo: “Todos a los cuarenta o a más tardar a los cincuenta sabemos de sobra, como una certeza fisiológica y no como una juvenil verdad metafísica, que vamos a morir. Pero sólo unos cuantos hemos muerto ya un poco. Sólo los seriamente enfermos hemos pasado ya por la experiencia de la resignación o del terror o incluso de la curiosidad y hasta de la indiferencia últimos. No por ello somos mejores que los afortunados. Aunque tampoco peores. Somos, ni más ni menos, diferentes. No de los demás, no principalmente de los demás, sino de nosotros mismos. De lo que éramos antes de experimentar la infinita precariedad de cada yo”.
No deja de ser un azar menor que antes de tocar la orilla de la enfermedad, Álvaro y yo habláramos de los Diarios de Paul Léautaud, acaso el mayor diarista francés de todos los tiempos. El último libro de Álvaro fue un diario, el de su muerte, un libro sobrecogedor, triste, pero no por eso menos inteligente y profundo en busca de la transparencia que ofrece la nada: “todo hay que aprenderlo, hasta morir”, escribió Flaubert.
El epílogo de Tedi López Mills es sencillamente estremecedor.