Una mañana supe que traía en la garganta la voz roída por la ronquera y la tos. Al médico y nada de postergar. Un esofagograma, me dijo el médico: te dan bario y fijan con rayos X los distintos momentos en que el líquido desciende por el tubo digestivo. Precioso.
Recordé que Bioy Casares escribió en una de las entradas de sus Memorias algo así: voy al médico a revisarme los terribles dolores de la espalda: que sea lumbago, que sea lumbago. Pues así llegué a mi estudio: que sea reflujo, que sea reflujo.
Me desvestí en un baño pequeño, me puse la inmunda bata abierta por detrás y esperé con paciencia de santo.
Pase usted, me dijo la doctora: esta es una cama móvil, lo vamos a acostar, a parar, a poner de lado, boca abajo mientras toma este líquido bárico y la máquina toma las imágenes. Que sea reflujo, que sea reflujo.
Tragué un líquido blanco con un popote y luego unas sales de uvas. Prohibido eructar. No eructo, doctora. No respire. No respiro, doctora. Que sea reflujo, que sea reflujo.
No revelaré el nombre de mi doctor, pero Arnoldo Kraus me dijo que el examen era muy sencillo. Pues no es tan sencillo, más bien es una pequeña chinga.
Después de hartarme de bario y sales efervescentes, volví al baño, tiré la bata maldita y me vestí. Que sea reflujo, que sea reflujo. Espere unos minutos y se viste. No espero nada, pensé, y me vestí de inmediato: me largo de aquí.
El lunes estarán sus resultados con la interpretación. Gracias, doctora, le agradezco todas sus gentilezas. Salí del ABC de Observatorio por una avenida de tránsito asqueroso y tuve pésimos recuerdos de tiempos oscuros de enfermedad y dolor.
Dejé que los días pasaran y no miento si digo que olvidé el asunto del reflujo, aunque la ronquera persistía. Tuve, eso sí, un pensamiento de gran profundidad: pinche vida.
Abrí el sobre con fingida serenidad. Fue reflujo: severo, grado II. Medicinas y mucha fe en la ciencia. Ah, y huesos viejos, unos osteofitos raros a los que mi médico, cuyo nombre no revelaré, no les dio mayor importancia. No pude evitar la celebración y abrí una botella de Grey Goose, me serví un doble, dopio, como dicen los italianos, y medité: somos de cristal. No, en serio: tengo que tomar pastillas durante mil años.
Por cierto, volveré a leer las Memorias de Bioy, qué gran escritor.
Las Prácticas Indecibles regresan a este espacio en 15 días.