La ineptitud y el olvido irresponsable son el cauce histórico de la crisis hídrica de nuestros días. Y no los menores culpables de ese desastre se encuentran en los gobiernos de izquierda que llegaron al poder desde 1997. No se necesita ser un gran especialista, como Manuel Perló, para saber que los problemas ancestrales sin atención regresan un día convertidos en un destino funesto.
Una maldición rige los orígenes de Ciudad de México: traer agua potable y llevarse la sucia. Los españoles desecaron los lagos y sus herederos entubaron los ríos. A la ciudad le sobraba agua, pero taparon las grandes fuentes hídricas. Encuentro en Uruchurtu, la gran investigación de Perló, este apunte: entre 1959 y 1964 se invirtieron mil 600 millones de pesos a través de la Dirección General de Obras Hidráulicas.
Por cierto, en esos años se entubaron los ríos Churubusco, Consulado, Magdalena, Tacubaya, San Joaquín. Quienes gobernaban consideraron que así se evitarían las inundaciones de esos cauces que se habían convertido en albañales. Todo mal, para qué más que la verdad. En los mismos años se instalaron varias plantas de tratamiento de aguas residuales en La Ciudad Deportiva de la Magdalena Mixhuca, en 1960, y la de San Juan de Aragón en 1964.
Resulta entonces que hubo un tiempo en que los encargados del agua se preocupaban por el futuro líquido de la ciudad, la que entraba y la que salía. Cuenta Perló que en el año de 1960 Uruchurtu invitó al presidente López Mateos acompañado del secretario de Hacienda, Antonio Ortiz Mena, y el secretario de Recursos Hidráulicos, Alfredo del Mazo. Recorrieron 17 kilómetros de un túnel de concreto a una profundidad de 40 metros destinados a evitar las inundaciones. Se llamó Interceptor Poniente. Este recolector recogía las aguas de los ríos Magdalena, San Ángel, Tequilazo, Barranca del Muerto, Mixcoac, Becerra, Tacubaya, Dolores, Barrilaco.
En ese tiempo el gobierno de la ciudad consideraba que había vencido a las inundaciones. Falso. Corría el año de 1959 y las primeras lluvias de mayo anegaban las calles. Y, al mismo tiempo, empezaba la sequía, el agua escaseaba.
La paradoja acompaña siempre a la ineptitud y la necedad. Algo de todo esto vuelve a ocurrir en estos días secos.
(El sábado acompañaré a Manuel Perló en el Palacio de Minería para presentar los dos tomos de su imprescindible investigación).