Creo en las lágrimas de Lionel Messi en la conferencia de prensa en la que anunció su marcha del Barcelona. Creo en que el jugador quería seguir en el club en el que se formó y lo proyectó y sostuvo como el mejor futbolista del mundo. Pero más allá de ese conmovedor y genuino gesto de un hombre muy difícil de conmover, todo lo que envuelve la historia de su fichaje por el París Saint-Germain está rodeado de mentiras más que misterios.
Mienten, por lo que se ha visto, los presidentes del Barcelona… el de ahora, Joan Laporta y el anterior que vivió el desastre financiero generado por la pandemia y otras lamentables decisiones, de nombre Josep María Bartomeu. Los dos se han puesto a rivalizar y no dejan claro, entre acusaciones mutuas, si el club realmente podía generar los recursos financieros para darle al jugador el contrato que se merece.
Mienten también en la Liga de Futbol Profesional dirigida por Javier Tebas. No aceptan que las gestiones que realizaron, de último momento, para conseguirle dinero a los clubes a través de un fondo de inversión muy agresivo, ponía en serio riesgo la estabilidad futura de equipos como el Real Madrid y no solo el Barcelona.
Mienten también quienes manejan la carrera de Messi. Empezando por su padre Jorge, quien haría bien en reconocer que lo que quería realmente es que su hijo firmara con el PSG y éste siguiera generando millones y millones de euros como hasta ahora.
Nadie respetó el profundo deseo del jugador de seguir en el club con el que imaginó el retiro del futbol de alta competencia. Y eso es grave, no debería de ser visto con ligereza. Ahora se dice que Messi cobrará cerca de 40 millones de euros por cada una de las dos temporadas que firmó con los parisinos. Con opción, además, a un tercer año en condiciones similares.
En este futbol, queda claro, lo que menos importa son los sentimientos y el compromiso que generan valores y colores tatuados.
Rafael Ocampo
