Que dos equipos de segunda o tercera línea se encuentren en semifinales de la Champions League, el torneo más importante a nivel de clubes del mundo, es un hito que tiene que celebrarse.
El desafío que vienen planteando el Olympique de Lyon y el Leipzig es ya épico, aunque sucumbieran contra el Bayern de Múnich y el París Saint-Germain en el duelo a partido único que definirá a los finalistas.
En un deporte cuyas principales competiciones de carácter profesional son desniveladas cada día que transcurre por el poder del dinero, llama muchísimo la atención que aparezcan este tipo de historias que nos demuestran que no todo en el deporte y en la vida debe abordarse desde el tamaño de las arcas o cajas fuertes de los grandísimos empresarios que han visto en este negocio la consagración de sus egos.
Hace unos tres años sucedió algo por el estilo en la Premier League inglesa, cuando casi de la nada se coronó el modestísimo Leicester, dejando en segundo plano al Manchester United, Liverpool, Chelsea, Manchester City, Arsenal y algunos otros más ricos que ellos.
En esta edición de la Champions League pos pandemia estuvo a punto de ser semifinalista también el Atalanta de la liga italiana, lo que hubiera asegurado la presencia de un “pobre” en la gran final.
Me encantaría que la final fuera entre el Leipzig y el Olympique de Lyon... pero la lógica ilustra que será entre el PSG de Neymar y el Bayern de Lewandoski. Por ello vale la pena reparar en los clubes modestos hoy, en la importancia que tiene para la salud de una competición que de pronto la ganen o la protagonicen los que nadie puso ni en el arranque, ni en medio, ni al final, como favoritos.
Hoy siguen siendo ambos equipos por los que muy pocos apuestan. Basta ya de tanta hegemonía, del dominio de los de siempre. Equipos como el Leipzig y el Lyon hacen creíble todo.