No se puede poner como objetivo erradicar la violencia que se registra en tribunas y explanadas de acceso de los estadios del futbol mexicano, si desde la cancha lo que transmiten los protagonistas es tensión, intolerancia y francas agresiones.
Algo no se está transmitiendo de manera adecuada desde las instancias y órganos constituidos para mantener el buen desarrollo de un espectáculo en el que se involucran millones de personas cada fin de semana.
Hace unos días fue el entrenador de los Pumas, Antonio Mohamed, el que se encargó de poner en la palestra, al mejor estilo de los peores provocadores, el tema de la deshonestidad de los árbitros. Luego de vivir en el duelo que su equipo enfrentó al América, en el Estadio Azteca, lo que consideró decisiones del árbitro injustas, se le hizo fácil encaminarse a su vestidor antes de que el partido acabara, y al pasar por la banca rival, hacer un gesto con las manos que ilustra que les dieron dinero a los árbitros.
Luego, cobardemente, Mohamed quiso matizar sus gestos, que provocaron que los jugadores de banca y parte del cuerpo técnico de las Águilas se le fueran encima, provocando un caos televisado a detalle.
¿Qué sucedió? Mohamed solo se hizo acreedor a una multa economica por parte de la Comisión Disciplinaria de la FMF. Se ignora si su club lo castigó.
Tan no fue una sanción ejemplar que una jornada después, en el partido entre el Santos y el León, los entrenadores de ambos clubes provocaron en pleno vestidor otra agresión. Antes, en la cancha, sucedió nuevamente un hecho juzgado como provocador por parte del jugador del León, Ángel Mena.
Está claro que las indisciplinas aparecen porque los jugadores, entrenadores y directivos no encuentran un marco normativo que no puedan desafiar. Al contrario, parece una Liga Mx que consiente los excesos trasformados en caprichos, en insultos, en actitudes que sólo los malos perdedores sostienen.