En días recientes formé parte de la Gran Rueda de Casino de Guadalajara, Jalisco, al lado de mi grupo de Timba Sónica. Más de 350 personas provenientes de distintos puntos de la geografía mexicana formamos siete ruedas concéntricas para bailar y divertirnos bajo una espléndida tarde de sábado en el barrio del Santuario.
Me sorprendió saber que esta iniciativa tan significativa para mí se debe a la colaboración del club Gran Rueda de Casino (que aglutina a diversas escuelas de casino) y una estudiante interesada en indagar sobre este fenómeno social e interesada ella también en reivindicar la herencia cultural afroamericana y la identidad afrodescendiente presentes en la danza popular festiva de México.
Cuando escuché ese interés me di cuenta de lo que en realidad me sucede al bailar casino y salsa cubana: me apropio de una ancestral cultura ligada a nuestra identidad social desde la Colonia; esa adopción es posible por el amplio catálogo de afinidades entre Cuba, los países americanos y México, plasmada en la sabiduría del son, la rumba, la guajira, el chachachá, el guaguancó, el son montuno, el son campesino, el merengue, el vallenato, la plena, la bomba, la samba, el tamborito, el candombe... muchísimos ritmos más que conforman la identidad musical de América Latina, cuyo origen, en esencia, nos hermana con la tercera raíz de nuestra identidad: la raíz africana.
Esa raíz está más viva que nunca en México. En las noches urbanas de baile y música, casineros, practicantes de salsa en línea y de estilo libre colman de absoluta certeza y felicidad las pistas de baile, y con ello engrandecen la riqueza multicultural que alberga esa categoría estética del movimiento.
Y no es para menos: el baile es vida, un lenguaje que nutre de significado las abstracciones polisémicas del movimiento, inteligibles no por la razón sino por la emotividad y la intuición, y nos revela ante quien nos mira. El baile es energía calculada en el espacio, al servicio de una expresión personalísima, mientras transcurre la música. Es diálogo fructífero que se traduce en un espectáculo impar. Qué privilegio.
Porfirio Hernández
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