Ayer domingo 30 de abril de 2023 concluyó una temporada más de la Compañía Universitaria de Teatro de la Universidad Autónoma del Estado de México, en la ciudad de Toluca, con obras que ponen en evidencia la madurez que han logrado sus hacedores.
Quiero referirme en especial a la obra “El árbol” (1963), original de Elena Garro (1916-1998), dirigida por José Cotero y actuada por Georgina Tapia y Daniela Salazar, actrices egresadas de las filas de la universidad. La obra, cuya anécdota primero fue desarrollada por su autora en forma de relato, expone el encuentro de dos mujeres: Marta, mujer criolla de clase alta que vive acompañada únicamente de sus sirvientas en la Ciudad de México, y Luisa, indígena cercada por la miseria y el maltrato, quien aparece inesperadamente en la casa de Marta, sucia y golpeada. La señora atiende a la recién llegada con desprecio mal disimulado, le ofrece comida, un baño y consejos para corregir su conducta con el marido para evitar que éste la golpee, y escucha impaciente los retazos de la vida de la mujer: el acontecimiento traumático que marcaría su vida, su primer matrimonio y el asesinato por el cual Luisa pasó años en la cárcel, los más felices de su vida. El encuentro termina con un nuevo asesinato, tratado en la escena con elegante contundencia, que sirve a guardar la impresión final con que nos deja la obra tras el cierre del telón.
La escenografía fija no es obstáculo para generar el dinamismo escénico que exige la obra, pues bien se resuelve con recursos acústicos y de movimiento de las actrices, que solo son dos, Luisa y Marta, a lo largo de la obra. Conforme la trama avanza, esas dos actrices van encontrando un ritmo muy a tono con el clímax y cierre de la anécdota. Es insuficiente decirlo así. El fino tejido actoral va haciéndose cada vez más complejo conforme se nos revelan las razones de Luisa para asesinar, en el imaginario y en la realidad, y las reacciones de su escucha y anfitriona Luisa. En un momento, el público se da cuenta de que no está ante una historia más representada en la escena, sino que, en la misma sala de donde todo ocurre, asiste a la degradación psíquica de la asesina, vulnerada, arrinconada en sus límites racionales, y liberada en la escena, frente a nosotros, tras cometer un nuevo asesinato.
Mucho puede hablarse de sus razones, como la violencia social de que ha sido objeto, la violencia machista de su entorno más próximo… razones que pueden encontrarse quizás fácilmente en el contexto actual. Pero más allá de esas explicaciones, en la escena queda el registro de una tragedia magistralmente transmitida por las actrices Georgina y Daniela, memorable porque trascienden el usual ritmo actoral de las puestas de la compañía, para lograr una intensidad dramática por la sola ejecución de su arte, definitivo signo de la madurez de ambas, llamadas a interpretar retos actorales más complejos, en beneficio del teatro universitario y su público. Enhorabuena, ahí estaremos para constatarlo.