Aquí, decir adiós es una manera de empezar a recordar a David Huerta (1949-2022), cuya partida, el 3 de octubre pasado, nos dio un recordatorio de su legado literario, vasto y profundo, como también de su insigne magisterio entre sus contemporáneos.
Esa vertiente de su vida pública fue el complemento idóneo de su elaborada obra poética, a la cual muchos autores y autoras se acogieron como al faro de sabiduría de nuestro tiempo. Porque David Huerta era un maestro erudito y apasionado de su arte literario, al grado de estudiarlo a fondo, a través de la comprensión de la obra de Góngora, por ejemplo, o de la traducción de otros escritores igualmente ilustres, pues un poeta debe conocer los antepasados y los maestros y dominar las herramientas de su oficio, decía con frecuencia… a veces con demasiada frecuencia ante las generaciones de jóvenes aspirantes a poetas, más tentados a buscar reconocimientos que la depurada calidad de sus escritos propios.
Eso era David: un maestro. En las conversaciones de amigos traía a la mesa siempre versos de la más original fuente, sorprendía a la concurrencia recitándolos de memoria, prodigio de su apego a los libros y a sus autores, y así enseñaba a quienes lo escuchaban: platicando, riendo, disfrutando la literatura, convencido de que la lectura de libros es una charla de amigos que se reúnen frente al fuego para conocer un poco más la experiencia de cada quién en los más diversos temas.
Esa alegría fue el rasgo esencial de la personalidad de David. Por lo menos eso transmitía a quienes lo escuchaban hablar de esa gran tradición literaria de la que proviene su obra literaria, en la que incluyo sus ensayos y artículos periodísticos, escritos con la misma exigencia lingüística de su poesía.
Todo lo demás es ditirambo. Baste señalar que el magisterio de David Huerta dio a la poesía de las nuevas generaciones un impulso decisivo que hoy podemos leer en todas partes de la República Mexicana. Ese legado es, a fin de cuentas, el propio de un poeta mayor que hoy se despide físicamente. Nunca de nuestra memoria.
Porfirio Hernández
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