En el “Compendio de la doctrina social de la Iglesia”, dentro del tema de la paz, se dedica un apartado a la guerra proponiéndola como “el fracaso de la paz”. Los acontecimientos internacionales, como la guerra en Ucrania y en otros lugares, así como los acontecimientos recientes en Israel, hacen que pongamos la atención de nuevo en este tema que ha sido una preocupación constante de los papas durante el siglo XX y el XXI.
Ante todo se condena la crueldad de la guerra. Hay que recordar que el papa Juan XXIII decía que “En nuestra época, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado”. La guerra es considerada un flagelo que nunca es medio adecuado para resolver los problemas. Se piensa no solamente en los daños materiales, sino sobre todo en los daños morales que genera, de modo que constituye una “derrota de la humanidad”.
La cuestión lleva la pregunta por soluciones alternativas. Juan Pablo II decía que “el ingente poder de los medios de destrucción, accesibles incluso a las medias y pequeñas potencias, y la conexión cada vez más estrecha entre los pueblos de toda la tierra, hacen muy arduo o prácticamente imposible limitar las consecuencias de un conflicto”. De ahí la urgencia de encontrar alternativas para evitar la guerra. Creo que este es el punto en el que la humanidad se ha visto estancada y no hemos sabido hallarlas.
Para hallar alternativas un primer paso es atender la cuestión de las causas que originan un conflicto. Suelen señalarse las causas que tienen que ver con situaciones de injusticia, de modo que una forma de prevenir las guerras tendría que ser fomentar el desarrollo de los pueblos, como el mismo Juan Pablo II sostenía en la “Centesius annus”.
Otro punto importante que señala el “Compendio de la doctrina social de la Iglesia” es el de la necesidad de instrumentos para la defensa, que no todos los Estados poseen. Ante ello se señala la importancia de las organizaciones internacionales y regionales, que tendrían la función de colaborar para atender los conflictos y fomentar la paz. En la “Pacem in terris” decía Juan XXIII que “cabe esperar que los pueblos, por medio de relaciones y contactos institucionalizados, lleguen a conocer mejor los vínculos sociales con que la naturaleza humana los une entre sí y a comprender con claridad creciente que entre los principales deberes de la común naturaleza humana hay que colocar el de que las relaciones individuales e internacionales obedezcan al amor y no al temor, porque ante todo es propio del amor llevar a los hombres a una sincera y múltiple colaboración material y espiritual, de la que tantos bienes pueden derivarse para ellos”.