Hacia finales del año pasado, los estados miembros de la UNESCO llegaron a su primer acuerdo mundial sobre ética para la creación de Inteligencia Artificial (IA). Pero como el búho de Minerva, la filosofía siempre llega tarde y tarde hemos llegado: la IA se encuentra ya muy avanzada y apenas la ética se asoma. No creo que esto sorprenda a nadie; la ética siempre ha caminado lenta, en comparación a la ciencia y la técnica.
Lo anterior no es responsabilidad de la filosofía como tal, sino de quienes matan al pensamiento libre al establecer criterios propios de la burocracia a la tarea del pensar. Cuando eso sucede las palabras dejan de ser palabras vivas que permeen al que escucha o lee: el pensamiento muere.
Hace poco tiempo, en pleno examen doctoral, un sínodo hizo notar que a una tesis doctoral que había recibido todas las alabanzas de académicas expertas en el tema, le faltaban “algunas páginas para llegar al número de páginas mínimo establecido para el doctorado”. El alumno respondió: “Mi trabajo tiene la extensión que fue necesaria para exponer mis ideas”, y el examen concluyó.
Cabe mencionar que no se trata de un problema de la Universidad: ésta establece muchos criterios para aprobar o no un trabajo de tesis, entre los que se encuentran la originalidad, la escritura, la solidez argumentativa y muchos más. Pero entre esos criterios, en algunos lugares todavía se menciona el número de páginas y siempre hay quien, al no poseer mejores armas, se aferra a esos vestigios de la burocracia académica. En torno a esos criterios circula una anécdota: un profesor de una lejana universidad cuyo nombre no recuerdo, declaró que tenía más de sesenta libros escritos y a continuación, él mismo, dijo: “y todos son una porquería”. Ahí está el criterio del número de páginas escritas: a eso, no se debe llegar.
Cuando Nietzsche viajó para escuchar la conferencia de un gran profesor, decepcionado de la retahíla de citas y notas, a la salida preguntó a su amigo: “Y eso, ¿es filosofía?” Poco después de ser profesor, decepcionado de la academia, la abandonó y comenzó su vida de filósofo errante, para poder pensar con libertad.
Nuestra responsabilidad no es contar el número de páginas: no somos contadoras. Nuestra responsabilidad es pensar y enseñar a pensar; es lograr que la filosofía sea escuchada para que no se atrase tanto en relación a la ciencia y la técnica.
Lo dijo Eduardo Nicol: pensar y enseñar a pensar. Ésa, es nuestra obligación.
Paulina Rivero Weber