Cuando me tocó la explicación de la polinización de las flores realizada por las abejas, no tenía la más peregrina idea de por qué mi madre ponía tanto empeño en una clase de biología. Lo recuerdo perfectamente: estábamos en clase de música, era el turno de mi hermana mayor y para mí el momento de hacer la aborrecida tarea. Pero cosa rara: mi madre decidió darme una breve lección de biología que tomó un giro inexplicable cuando resultó que los hombres, al igual que las abejas en sus patas, llevaban semillas. Lo primero que le pregunté a mi madre fue si las tenían en los pies. Un poco turbada y escondiendo una sonrisa mi madre me dijo que no... y permaneció en silencio. Ya confundida y molesta ante tanto misterio, le dije: ¿entonces dónde las tienen?
Mi madre tomó lápiz y papel e hizo un dibujo aún más inexplicable que el que previamente había hecho de las abejas polinizando una flor. Aquello que parecía una lechuga marciana, resultó ser una flor que se encontraba dentro de mí, con lo cual la confusión creció. Me reí al escuchar los nombres más ridículos: trompas de Falopio, ovocito, ovario, óvulo... Por dios, ¡qué confuso era todo! Los dibujos continuaron con nombres más familiares: pene, esperma... y de repente, todo comenzó a tomar sentido. Resultó que la cigüeña no existía... ¡vaya cosa!
Ese día comprendí la deformidad que me aterraba cuando veía una mujer delgada con un vientre enorme, absolutamente desproporcionado para su tamaño. La cosa quedó más o menos clara, tan solo no entendí por qué mi madre había puesto tanto empeño en explicar ese asunto ni, sobre todo, comprendí por qué no me lo había dicho antes. Bertrand Russell fue el encargado de disipar esa última duda.
Imaginemos —dice Russell— una sociedad en la que esté prohibido hablar de trenes. Las estaciones de trenes nunca se encontrarían a la vista de todos, sino en lugares ocultos, oscuros y lúgubres... la gente se sonrojaría al hablar de trenes y las preguntas de los niños sobre ellos se responderían con un lacónico "luego te lo explico" o "no se habla de trenes enfrente de las personas". Por supuesto, no faltarían revistas de trenes que la gente compraría para esconderlas de inmediato y verlas a solas... Ah, pues eso ha ocurrido con todo lo referente al sexo, con la diferencia de que de manera natural el sexo nos resulta bastante más interesante que los trenes. Reí mucho al leer a Russell y recordé los dibujos de mi madre.
EL TABÚ
La posibilidad de hablar abiertamente de sexo, de nombrar a cada cosa con su nombre: pene, clítoris, testículos, masturbación, coito, es algo muy reciente. Todavía existen quienes no pueden pronunciar estas palabras sin sonrojarse. En este ambiente no es raro que la homosexualidad siga siendo un tabú para algunas personas.
Hoy la etología nos ha permitido saber que la homosexualidad es algo muy común en la naturaleza. Es del todo falso que ésta exista solo en animales cautivos: esa creencia responde a una visión de la homosexualidad como fruto de un trauma o enfermedad.
En la naturaleza, al aire libre y al sol, hay escarabajos homosexuales, gansos homosexuales, mamíferos homosexuales, en fin: toda clase de bichos homosexuales. Algunos no "son" homosexuales, sino que practican la homosexualidad en ocasiones; otros, como la pareja de gansos en libertad estudiada por Konrad Lorenz, son definitivamente homosexuales y forman parejas de por vida: este es un hecho comprobado.
¿Por qué el ser humano desarrolló esa fobia a la homosexualidad? Bueno, en realidad esa fobia debe de explicarse en un marco social mayor: es un aspecto de la fobia al sexo, inculcada por la inverosímil creencia de que el sexo o el cuerpo es algo "malo" o indigno. Esa idea responde a un esquema de pensamiento ancestral, que considera al cuerpo como un receptáculo del verdadero "yo", llámesele alma, espíritu o psique.
Afortunadamente han comenzado a soplar vientos que refrescan nuestras ideas y abren nuestras mentes. Cada vez es más usual ver jovencitas o jovencitos que sin vergüenza alguna van de la mano o expresan su cariño. Cada vez es también más usual que se les concedan los derechos que todo ciudadano debiera tener y son menos los que fruncen el entrecejo al ver homosexuales... por cierto, en la antigua Grecia, cuando un hombre maduro, guapo y con dinero no tenía un joven amante, la gente en efecto fruncía el entrecejo con desconfianza y decía: "Pues algo tendrá, que no tiene un hombre amante".
Durante los últimos siglos esa situación se invirtió y ser homosexual llegó a costarles la vida a muchos. Es apenas hace unas décadas que comenzamos a alcanzar un sano término medio que permitirá relajar el entrecejo de tantos.
Hay una pregunta que cualquier persona inteligente debiera hacerse al respecto: ¿a quién daña un homosexual con ser homosexual? ¿Le daña a usted? Si se siente agraviado, piense un poquito por qué será. La homofobia, y así lo han demostrado muchos psicólogos, es miedo a la propia homosexualidad reprimida.
De modo que si usted la padece, ya conoce el remedio para dejar de molestar a quienes la viven con libertad. Porque en algún lugar debe existir ese ideal de libertad y respeto para todos, y no es más allá del arcoíris: es aquí y ahora.