Si se tratara del concurso Los dichos desafortunados, probablemente Jaime Rodríguez Calderón se llevaría uno de los primeros lugares. Ahí los jueces le premiarían dos factores: las ocurrencias que acompañan sus dichos y la banalidad del mal contenida en ellos.
Sin embargo, cuando llega el momento de hablar sobre las soluciones a los problemas que nos aquejan, más que simpático, su estilo campechano me inquieta y hasta cierto punto me da miedo, porque me recuerda la forma en que Adolf Eichmann argumentó a su favor durante los días que duró el juicio que se le hizo en Jerusalén hace casi 60 años. Me explico.
En concreto, se le acusó por su participación en la “solución final” con la que el ejército de Hitler buscaba ultimar el holocausto. Después de un largo proceso, Adolf Eichmann fue acusado por 15 delitos, muchos de los cuales se perpetuaron en contra del pueblo judío, otros en contra de la humanidad y algunos otros que se denominaron crímenes de guerra. De todo lo imputado, Eichmann se declaró inocente.
La “certeza” de su “no culpabilidad” provenía, como nos recuerda la filósofa Hannah Arendt, de una distorsión del significado y lo que encarnan respectivamente el bien y el mal y, sobre todo, la banalidad con la que Eichmann entendía el mal.
Cuando se dictó la sentencia, más que atemorizado, Eichmann se mostró asombrado, ya que se consideraba un ciudadano ejemplar, cumplidor de las leyes y de las órdenes de Hitler, mismas que cumplió con todo celo y cuidado. Tampoco se consideraba un canalla, ya que jamás ordenó la muerte de judíos, ni mató a nadie con sus propias manos. En todo caso, y he ahí el quid de la cuestión, hubiera tenido un “problema de conciencia” si no hubiese cumplido las órdenes recibidas, las órdenes de enviar a la muerte a millones de hombres, mujeres y niños con la mayor diligencia y meticulosidad de la que demostró ser capaz.
Los silencios y las omisiones también pueden estar emparentados con la banalidad del mal. ¿Qué ha dicho el gobernador sobre la contaminación que flota, inunda y a ratos desvanece la zona metropolitana de Monterrey? ¿No es un crimen contra nuestra humanidad banalizar los riesgos de no haberle dado un palo fatal a esta contaminación que los científicos reconocieron como esas que matan? ¿Cómo negar que su apático silencio es el reflejo de la banalidad del mal?