La ciudadanía está ávida de figuras que encarnen la moral del superhéroe.
A decir de Aeon J. Skoble, de un superhéroe la sociedad espera que “combata el crimen de tal forma que no permita que nada se interponga entre él y la meta de lo que considera la auténtica justicia”.
Si hacemos memoria, los superhéroes de los cómics entran en acción cuando el Estado demostró su incapacidad para hacer valer la justicia o cuando éste trabaja codo a codo con los malhechores. La justicia parapolicial que hacen valer Batman, Spiderman o Deadpool es propia de quien se asume como un vigilante del orden y la paz.
Por esto, como apunta Skoble, los justicieros parapoliciales “no se limitan a defenderse de una amenaza inminente, sino que salen a cazar a los malos […] actúan como una especie de fuerza auxiliar de la policía, sin autorización oficial”.
Traigo a cuento el tipo de acción que mueve la moral del superhéroe, porque los médicos que han estado al frente de batalla en la lucha contra el covid-19, aunque se venda de esa manera, no son héroes, ni superhéroes, sino profesionales (en mayúsculas) de la salud que de-manera-involuntaria se juegan la vida para atender a los enfermos en la pandemia.
Colgarle el mote de superhéroes les hace un flaquísimo favor, porque el imaginario colectivo les atribuye rasgos y tareas imposibles. Un superhéroe es indestructible, suprahumano, temerario, se mueve en las orillas (y muchas veces por fuera) de la legalidad para capturar a los villanos y meterlos en cintura, sin esperar nada a cambio. Los médicos distan mucho de eso. Se saben frágiles, temerosos, vulnerables.
En todo caso, si de deber se trata, los médicos actúan movidos por las convicciones morales que brotan del sentido social de su profesión, no de la necesidad de actuar parapolicialmente para atrapar a un malhechor.
Más que superhéroes, los médicos se han vuelto presa y mártires de la irresponsabilidad de quienes desafiando al covid-19, de muchas estúpidas maneras, se sienten o piensan inmortales.