En Todas las familias felices, Carlos Fuentes da cuenta de la peculiarísima manera en que 16 familias buscan alcanzar la felicidad, sin poder escapar de sus muchos demonios: violencia, machismo, las exigencias de los roles de género, la actividad ocupacional, el clasismo, la ingratitud, la miseria material, la enfermedad, la vejez, la desesperación, la decepción ante las promesas incumplidas y, entre otros muchos más, la soledad.
Traigo a cuento el recuerdo de este texto, porque un buen amigo me hizo el favor de compartir el hilo de una discusión que se volvió trending topic en Twitter, y que Carlos Fuentes, sin duda, hubiera convertido en la historia número 17 de su libro.
Cristian Montenegro, un hombre de 27 años, hizo con sus propias manos a Natalia, con quien ahora tiene dos hijos: Adolfo Daniel –de 7– y Ladi María –de cuatro–. Si todo marcha como hasta hoy, en breve, Natalia “dará a luz” a otra criatura que el mismo Cristian bordará como lo hizo con Adolfo y Ladi.
Las fotos publicadas en su cuenta reflejan –o, al menos, eso parecen buscar– la dinámica de una familia común y corriente: el festejo de los 26 años de Natalia, el nacimiento de uno de sus hijos, paseos en parques y calles, traslados en transportes públicos, etcétera.
Como era de esperar, salvo raras excepciones, los comentarios en la red fueron poco compasivos. Lo tildaron de chiflado, esquizofrénico, tonto y peligroso.
Lo cierto es que a Cristian todo esto le tiene sin cuidado. Sus acompañantes –dice– son su familia, aunque en sentido estricto no lo sea, porque no comparte con ella lazos legales –no figuran en el registro civil–, ni sus vínculos ascendientes o descendientes vienen del parentesco sanguíneo o el contrato legal.
Más que agalmatofilia –enamorarse de una escultura asociada a la divinidad– lo suyo es objetofilia, es decir, una forma de atracción emocional hacia un objeto con el que se ha generado un lazo sentimental.
Visto así, el buen Cristian no está tan loco como parece. Basta con ver el amor que mucha gente “cuerda” le tiene a coches, casas, terrenos, cuadros, relojes y demás tonterías, para caer en cuenta que éstos se han convertido en una fuente de felicidad que hoy en las familias de carne y hueso, al parecer, ya no se encuentra.
Lamentable, muy lamentable.