Política

La moral del camello

Una de las muchas pepitas de oro que podemos encontrar en Así habló Zaratustra —texto clave para entender el pensamiento nietzscheano—, es la manera en que su autor describe la transformación de la moral occidental y que, para efectos prácticos, esquematiza en tres etapas.

La primera es la moral del camello, la cual echa sobre la espalda de quien se asume cristiano, una abultada carga de deberes que se traducen en un “yo debo” que tiene que cumplirse para poder traspasar las puertas del cielo.

La segunda etapa Nietzsche la describe como la moral del león, donde el “yo quiero” da paso a la libertad de decidir de manera autónoma, poniendo de cabeza todas las convenciones y mandatos contenidos en los deberes del buen cristiano. Tal conquista no resulta fácil. Tras una larga y dura lucha, la libertad humana termina por devorar al camello después de haber aniquilado al dragón interior que custodia la observancia del mandato divino.

La tercera y última etapa es la moral del niño, donde la persona, despojada de prejuicios y cualquier forma de atadura religiosa, transfigura los valores del pasado para abrazar unos nuevos.

Llevado al contexto de nuestra sociedad, resulta claro que son pocas las personas que logran vivir conforme dicta la moral del león, y muy contadas las que logran vivir los valores con la inocencia, alegría y congruencia que lo hace un niño. Por el contrario, lo que prevalece es la moral del camello, la misma que tiene de rodillas al Presidente por al menos cuatro razones:

1) Es imposible levantar un país en ruinas cimentándolo en su pretendida superioridad moral; 2) es imposible reconciliar los fines políticos con los fines del cielo; 3) no hay credibilidad posible si no se armonizan los dichos con las acciones; y, 4) la sombra de la incongruencia le seguirá acompañando, mientras siga rodeado de runfla que desdice y vomita la moralina que les pregona.

Si el Presidente diera lo que exige, seguramente, los juicios de sus adversarios no serían tan severos. Como eso no sucede, ahora debe asumir el costo de predicar, mañana tras mañana, la rancia moral del camello.

Pablo Ayala

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Pablo Ayala Enríquez
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