Política

Infancia

A Gina y los cuatitos Pérez.

Poniendo en suspenso cualquier dejo de arrogancia, confieso que no coincido con muchas de las definiciones contenidas en el diccionario de dudas rápidas de la RAE. Su parca brevedad las vuelve ambiguas.

Tal hecho no es cosa menor. El dichoso diccionario contiene la enunciación de todas las cosas que materializan verbalmente el universo hispanohablante. Si en éste el mundo se presenta mocho, nuestra comprensión de él resulta, mínimo, imprecisa. Va un par de ejemplos.

Las primeras seis entradas de la palabra justicia la describen como el: “1) Principio moral que lleva a determinar que todos deben vivir honestamente. 2) Derecho, razón, equidad. 3) Conjunto de todas las virtudes. 4) Aquello que debe hacerse según derecho o razón. 5) Pena o castigo. 6) Poder judicial”.

¡Imposible hacerle justicia a la justicia, si la reducimos a vivir honestamente, actuar conforme a la razón o a lo que dicte el poder judicial! Además de eso, la justicia es inclusión, respeto, igualdad, responsabilidad, equidad, solidaridad, disenso y, entre otras muchas cosas más, acuerdo.

A la palabra infancia le fue muchísimo peor. El diccionario la define como: 1) “Periodo de la vida humana desde el nacimiento hasta la pubertad. 2) Conjunto de los niños. 3) Primer estado de una cosa después de su nacimiento o fundación”.

Además de no poder ocultar su tufillo machista –porque la infancia referida parece ser cosa exclusiva de “los niños”–, la aproximación es liliputiense, cortísima, porque, ¿quién dijo que hay rasgos de la infancia que no se extienden más allá de la pubertad?

Para fortuna nuestra –y como una vía efectiva para mantener el rumbo y la cordura– somos capaces de encarar la vida adulta con ese puntito de asombro, ingenuidad, ilusión y desparpajo propio de la infancia.

Tal capacidad nos permite soñar, imaginar, embelesarnos, confiar, reír, bailar, jugar, llorar, creer, esperar desde la ilusión, sorprendernos con las cosas simples, equivocarnos, caernos, sacudirnos el polvo y volver a intentarlo hasta alcanzar lo que nos dicta el corazón.

Hay quien piensa y cree –la RAE, por ejemplo– que crecer y “madurar” es desinfantilizarse. Junto a la espontánea capacidad de disfrutar el momento, esta flaca creencia nos arrebata algo invaluable: el genuino deseo de cuidar este mundo, y a los seres vivos que habitan en él.


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Pablo Ayala Enríquez
  • Pablo Ayala Enríquez
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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