Política

Fierros y ladrillos

Hace mucho tiempo, en otra casa editorial, compartí una situación que hace casi 30 años se me presentó con un profesor de una escuela ubicada en Tayoltita, un pueblo empotrado en la sierra de Durango. Palabras más, palabras menos, me advirtió: “Acá en Tayoltita, los papás son muy distintos a los de Durango”. Con imprudente candidez de novato, reviré: “Siendo papás, ¡son iguales en todos lados!, ¿no?”.

Su respuesta evidenció mi desconocimiento de la realidad que aguijonea a muchas comunidades rurales en México. “Si cree eso, está bien, no discutiremos lo que usted crea. Solo deme un consejo para hacer que los papás de mis chamacos respeten las reglas de las juntas. Ellos saben que la regla es no entrar con fierros al salón, pero no entienden. No le miento, he llegado a juntar cuatro rifles y hasta seis pistolas en una sola reunión. Aquí la cosa está muy caliente”.

Traigo a cuento este recuerdo después de escuchar algunos balbuceos expresados por quienes contienden a la Presidencia de la República, con relación a la necesidad de “dignificar los espacios educativos”. Si piensan que la dignidad de planteles y aulas se recupera pintándolas, poniéndoles pintarrones, mesabancos, ventiladores, sanitarios o inaugurando alguna cancha deportiva, entonces pasan dos cosas: desconocen el significado y sentido de la palabra dignidad o, bien, ignoran el complejísimo andamiaje requerido para garantizar su respeto y cultivo en el contexto escolar.

Más que a objetos, la noción dignidad aplica al trato y consideración que tenemos hacia las personas, de ahí que las condiciones escolares que posibilitan su florecimiento requieren, además de aulas acondicionadas con los recursos mínimos para que un espacio se vuelva realmente educativo, docentes materialmente bien reconocidos, altamente preparados en lo técnico y empoderados para propiciar la toma de decisiones justas en el aula. Asimismo, los planes y programas de estudio, y las clases en lo particular, deberían detonar estrategias y experiencias que propicien el espíritu crítico, la autonomía, la aceptación y respeto de la diversidad cultural, social, sexual, religiosa y ese largo etcétera que posibilita mantener y mejorar el compromiso cívico y la vida en democracia.

A nadie sorprende que en tiempos de campaña quienes contienden prometan lo imposible. Lo sorprendente es la manera tan burda en que el valor de la dignidad queda reducido a fierros y ladrillos.


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Pablo Ayala Enríquez
  • Pablo Ayala Enríquez
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