El burnout es un término que en 1974 Herbert Freudenberger dio a conocer para describir la condición de quienes viven bajo estrés laboral crónico.
Quien padece este síndrome “se quema” emocionalmente, se siente tan agotado que la única explicación lógica que encuentra para comprenderse a sí mismo en esos momentos, es que su trabajo se volvió el resumidero por el que se drenan su vocación, capacidades y talento. El quemado, por tanto, es alguien a quien su labor le amputó la iniciativa y deseos de llevarla a cabo, haciéndole caer en una escalada de desempeños mediocres que, además de reflejar su estado de ánimo, le impiden experimentar cualquier sensación de logro.
Esta enfermedad se ha vuelto un denominador común para puestos de trabajo. El personal médico que trata a pacientes con covid-19, gobernadores y presidentes municipales, funcionarios que atienden a víctimas, aquellos que trabajan en funciones de seguridad pública, prestan servicios aduanales, los que tienen ingresos por comisiones, los altos directivos que son evaluados por metas que no dependen de ellos, los docentes que no cuentan con los recursos necesarios para impartir adecuadamente sus clases a distancia o los periodistas amenazados por algún grupo delincuencial, son tan solo algunos ejemplos de actividades laborales atosigadas por el burnout.
Con todo, dados los tiempos que corren, el personal de medicina y enfermería ocupa uno de los tres primeros lugares en la tabla de las actividades profesionales más quemadas por el estrés laboral.
Las largas jornadas laborales, el sentimiento de frustración cada vez que un paciente pierde la batalla contra la enfermedad, la enorme desconsideración por parte de una ciudadanía que no se cuida adecuadamente para evitar contagiarse de manera absurda, además de reventarles emocionalmente, pone en riesgo las vidas de estos, las de sus familias y las de los pacientes que atienden, debido a que el síndrome les produce un tremendo cansancio, desánimo y muchas dificultades para concentrarse, llevándoles, a veces sin darse cuenta, a cometer errores con desenlaces fatales.
Sobre las implicancias éticas y vías para superar este síndrome hablaré en una siguiente entrega.