Imagínese siendo coprotagonista de la siguiente escena: un familiar cercano recayó enfermo; al parecer la causa es un cáncer que padeció hace 22 años. Los oncólogos dicen que si no se actúa de inmediato el desenlace será fatal. Por fortuna, además de que usted cuenta con recursos suficientes para que su alegado sea atendido adecuadamente, está en la mejor disposición de desembolsar lo que sea necesario.
Visto a la luz de la ética, la salud del ser querido encarna el fin de la acción moral, y los estudios, tratamiento, consultas, terapias, etcétera, los medios para hacerla realidad, y alejarse de quedarse en el terreno de las buenas intenciones. Si los medios son válidos –transparentes, lícitos, inclusivos, justos, etcétera–, el fin también lo será. Por su importancia vale profundizar en esta última idea.
Para ahorrarse un buen dinero, usted solicita al hospital que se reduzca al mínimo el equipo médico –incluso, propone algunos doctores conocidos que le “darán precio”–, que se emplee el tratamiento más económico y se atienda en la habitación más modesta del hospital –de preferencia en un área compartida–. No importa el tiempo que dure el tratamiento, el recurso fluirá, siempre y cuando usted “sienta” que no está gastando de más, y tenga la certeza de que esos ahorros los podrá usar para arreglar otros problemas igualmente importantes.
Este ejercicio de imaginación es una especie de analogía –simplona, si quiere– para entender los muchos riesgos que trae consigo la propuesta de reforma electoral enviada por López Obrador al Congreso de la Unión.
Y aunque al parecer, al igual que la eléctrica, la propuesta quedará solo en eso –porque AMLO no cuenta con la mayoría calificada requerida para su aprobación–, el intento resulta por demás inquietante. Eliminar el contrapeso de los plurinominales, reducir al mínimo el presupuesto de los partidos o dejar que el “pueblo bueno y sabio” elija a un menor número de consejeros electorales –propuestos por el Presidente y quienes le reportan–, más que una renovación moral de los mecanismos para mantener viva la democracia, suena a un loco deseo por retornar a la rancia época del PRI de Echeverría y sus secuaces.
La democracia es un fin que solo se puede alcanzar si se emplean medios éticamente válidos. Abaratarla, tal como quiere hacernos ver el Presidente, además de desfondar moralmente sus medios, le impedirá lograr su verdadero fin.
Pablo Ayala Enríquez