Cuando Edward Jenner vacunó a un niño de ocho años contra la viruela, en 1796, ahí abrió el horizonte para salvar a millones de vidas humanas contra las infecciones.
Después, el método de vacunación fue perfeccionado con miles de investigaciones científicas, hasta la fecha.
Pero nunca falta en la actualidad quien duda y cuestiona el beneficio de la vacuna.
Los movimientos antivacuna comenzaron a hacerse notar a inicios del año 2000; fue en los países “ricos” donde estos grupos brotaron, argumentando, empíricamente, que ellos se encontraban bien, a pesar de no haber sido vacunados; por tanto tampoco vacunarían a sus hijos.
La desconfianza se diseminó, alcanzando un promedio del 12% de la población mundial (millones de personas); su temor radica en la seguridad y efectividad.
Por lo general, son grupos de jóvenes los que alimentan estas ideas. Por ellos resurgió el sarampión en Estados Unidos; en 2014 se reportaron en California 10 mil casos; el 70% de los casos estaba sin vacunar; los responsables fueron los padres antivacunas.
Pero, cómo convencer a esa población de uno de los más grandes avances en medicina:
La Vacunación.
La falsa idea de que a mí no me ha pasado nada, sin vacunarme, proviene de la Inmunoprotección “de rebaño”; es decir, si alguien no está vacunado, pero todos los demás sí lo están, no habrá problemas.
Es esta situación la que lleva a muchos NO vacunados a pensar que no hay peligro.
El problema es cuando el grupo de NO vacunados aumenta y se convierten en un foco infecto-contagioso.
Hoy todos sabemos los problemas para el abasto y distribución de las vacunas contra COVID 19; los países ricos van primero; México no entra en ese grupo.
Los países muy pobres, en África, darían la vida por ser vacunados; y aun así hay gente que pregunta:
Doctor ¿Me vacuno o no?