Cuando el Dr. Asperger describió los primeros casos de niños retraídos, con tendencia al aislamiento, abrió una caja de pandora.
El prototipo de personas con poca empatía y ensimismamiento y movimientos estereotipados, lo conforman los pacientes con autismo.
Pero poco a poco se fue descubriendo que existen graduaciones en la sintomatología.
El autista “clásico” inicialmente descrito con un aislamiento casi total, sin socializar, encerrado en sí mismo, incapaz de alimentarse a sí mismo o vestirse solo; con cierto retraso en su inteligencia.
En el otro extremo se ubican los pacientes con asperger, que tienen una inteligencia normal, y que algunos desarrollan talentos peculiares en la pintura, memoria, o áreas tecnológicas; ellos pueden socializar más, aunque prefieren no hacerlo, sobre todo en la edad adulta; en su infancia se posesionan de los juguetes, no para jugar con ellos, sino para mirarlos y tocarlos una y otra vez; no hablan con sus maestros ni compañeros de clase; tienen dificultad para entender las metáforas y los dichos como “del plato a la boca, a veces se cae la sopa” ellos interpretan literalmente las cosas.
Y quizá lo más importante es que estos pacientes no logran entender las señales o gestos faciales de alegría, llanto o dolor.
Los neurocientíficos han observado cruelmente que cuando los chimpancés son separados de sus madres, los primates tienden a buscar un rincón; se balancean de atrás a adelante; gritan intensamente.
Y cuando son colocados nuevamente con sus madres u otros compañeros chimpancés, no cambian su conducta.
Algo muy similar sucede en los niños que a temprana edad son colocados en orfanatos con muy pobre atención de sus cuidadores. Terminan aislándose, con dificultad para hablar y retraso en el aprendizaje.
En todos estos pacientes se ha observado una disfunción cerebral en la producción de sustancias como la Oxitocina-Serotonina y Dopamina. En general su producción es baja.
Sin embargo, a la hora de administrar externamente estas sustancias del “apego y empatía” los resultados son frustrantes.
Hasta hoy no resta más que atenderlos con terapia psicológica-conductual temprana y en algunos se combinan psicofármacos.
El asperger continua siendo un enigma para la neurociencia, que no logra descubrir por qué algunas personas aparentemente normales no tienen el más mínimo interés en socializar, abrazar, hablar o mirar a los ojos a los demás.