Los mecanismos de ingreso al Servicio Exterior Mexicano conforman un sistema diseñado para privilegiar la capacidad sobre la ocurrencia, las prebendas políticas o las meras lealtades ideológicas.
La vía principal y estructurada para formar parte del cuerpo diplomático y consular es el Ingreso de Carrera, que implica superar un concurso público sumamente riguroso y competitivo, cuyas convocatorias no son frecuentes y cuyas etapas son eliminatorias. Los requisitos son estrictos: nacionalidad mexicana única, título universitario, dominio avanzado de inglés y español; otros idiomas suman, especialmente si se aspira a un destino específico.
El proceso somete a los aspirantes a exámenes exhaustivos que miden conocimientos profundos (política exterior, derecho, economía, historia) y habilidades críticas (redacción, análisis, idiomas). La exigencia es alta. Se complementa con evaluaciones psicométricas y entrevistas para valorar criterio, adaptabilidad e idoneidad para la delicada función diplomática.
Quienes superan estas pruebas deben cursar y aprobar la formación especializada en el Instituto Matías Romero, la academia diplomática. Solo entonces se ingresa formalmente como funcionario de carrera. Si bien existe la figura del nombramiento político —designaciones presidenciales ratificadas por el Senado para embajadores y cónsules generales—, ésta opera bajo criterios de confianza o perfil específico, distinta al sistema meritocrático.
Este andamiaje profesional enfrenta ahora presiones significativas. Según fuentes de la SRE, figuras identificadas con el ala dura y ortodoxa de la 4T, como Rafael Barajas El Fisgón y Pedro Miguel intentan imponer nombres en puestos clave del servicio exterior. Su argumento: la prioridad es “trasladar el mensaje transformador del movimiento”, algo que, en su visión, solo lograrían perfiles de militantes comprometidos, desplazando a lo que denominan “la diplomacia tradicional o privilegiada”.
Esta visión topa, según las mismas fuentes, con la postura del canciller Juan Ramón de la Fuente, quien —se afirma— escucha pero no está dispuesto a supeditar experiencia, capacidad y eficacia diplomática por simple militancia.
Palabras clave
La tensión actual evidencia el dilema que pone a prueba la profesionalización de la representación internacional del país frente a las presiones políticas internas.