Dormir es una de las actividades esenciales del ser humano y muchas veces la tenemos subestimada en su importancia e impacto directo en nuestra salud integral.
Al ser una de las acciones que no aprendemos pues desde que nacemos lo hacemos de forma natural, solemos ignorarla importancia del buen dormir, hasta que tenemos algún problema derivado de ello.
Acaso ha sido alguna recomendación de nuestras madres o abuelas cuando nos sugerían que descansáramos para rendir bien durante el día o cuando de recién nacidos se ocupaban en que pudiéramos conciliar el sueño toda la noche, para, de pasada, dejarles recuperarse a ellas.
También quizás en la escuela alguna maestra solía preguntar si estaríamos durmiendo bien cuando nos notaban distraídos o con bajo rendimiento y cansancio.
Incluso a nivel deportivo también está claro que, además del entrenamiento físico y la alimentación balanceada, el descanso es fundamental en los resultados.
Sin embargo, al crecer, convertirse en adultos, asumir responsabilidades e ingresar al mundo productivo y laboral, parecería que el sueño comienza a dejarse de segundo lado en términos de salud, con algunos clichés como aquellos que sugieren que los grandes líderes del mundo dormían solo cuatro horas y otras ideas que sostienen que, mientras menos se repose, más se aprovecha cada día.
La edad universitaria tiene también temporadas de poco dormir y en algunas profesiones se convierte en un privilegio, por lo que se comienza a recurrir a métodos para mantenerse despierto para poder cumplir con todas las asignaturas.
Así es como una actividad esencial se va olvidando hasta que alguna enfermedad nos prende un foco rojo sobre su importancia.
Mientras que los estudios indican que un adulto debería dormir entre siete y nueve horas, la realidad es que muchos se quedan con seis, lo cual podría ir deteriorando su salud.
La primera vez que conocí acerca de los trastornos y la higiene del sueño fue durante mis estudios de especialidad en alguna clase de psiquiatría o farmacología, en la que comprendí lo relevante de esta actividad innata del ser humano.
Sin embargo, como nadie experimenta en cabeza ajena, fue hasta que lo viví personalmente cuando pude apreciar lo indispensable de tener un buen sueño y cambiar el paradigma traumático de mi niñez de que dormir era para flojos.
Debido a mis actividades profesionales, el estrés común y los horarios extendidosfueron alterando mi ciclo de sueño, que con el paso de los años ha tenido consecuencias.
Hace aproximadamente siete años fui diagnosticado con fibromialgia y fatiga crónica, una enfermedad autoinmune con la que hay que aprender a lidiar y que eventualmente se combina con trastorno del sueño, por lo que debe ser atendida por profesionales especializados.
También he recibido a consultantes que suelen tener rasgos de ansiedad o depresión acompañados de trastornos del sueño con todas las implicaciones e incomodidades que ello representa y que parece un mal contemporáneo cada vez más frecuente.
Cómo cualquier padecimiento, es importante detectarlo y atenderlo en la mejor oportunidad posible.
Si se presenta insomnio, ronquidos que puedan presentar apnea del sueño, sonambulismo, trastorno de piernas inquietas, fatiga crónica durante el día, pérdida de apetito, dolores corporales al despertar y algunos otros indicadores, sería bueno buscar a un especialista, antes de que se convierta en un problema mayor.
Los métodos naturales o las recomendaciones de los usos y costumbres a veces pueden servir, pero lo mejor será acudir con un profesional de la salud y valorar en toda la extensión de la palabra la importancia del bien dormir.