En el argot de los grupos de 12 pasos suele decirse que los adictos son egocéntricos y con la autoestima baja, características que, combinadas, los lleva a desarrollar mecanismos de defensa y muchas formas de evadir una realidad que les parece inaceptable y pesada.
De hecho, en los grupos de ayuda mutua se dice que el programa es egoreductor con amplias dosis de “ubicatex” y sanación de la victimización.
“Échale humildad”, “apoya con el servicio”. Frases como estas sugieren que, para olvidarse de uno mismo, hay que pensar en las necesidades de los demás.
Todo lo anterior, aunque carente de bases científicas o psiquiátricas, parece dar resultados y los adictos en recuperación de pronto están hablando de humildad.
Incluso el paso siete de los 12 dice que “humildemente le pedimos (a Dios) que nos liberase de nuestros defectos”, reconociendo que además del consumo hay otras conductas por mejorar y que solo podrá ayudarles el mismo Poder Superior que les liberó de la esclavitud de la adicción.
Admisión de la enfermedad, confianza en alguien más y en un Poder Superior para quien crea en él, liberación de las culpas y los resentimientos, así como un cambio en los juicios y actitudes, piedras angulares del programa, tarde o temprano conducen a la humildad.
De pronto aquella persona que cuando llegó a tratamiento solo se centraba en sus propias necesidades, se quejaba de lo que le hacían los demás y de lo injusto de sus circunstancias en su vida, comienza a asumir sus responsabilidades y a resarcir sus relaciones consigo mismo, con otros seres humanos y con la fe que un día perdió.
Aún el más narcisista de los recuperandos, cuando practica el programa y sus tres legados (unidad, servicio y recuperación), suele tener un cambio favorablemente drástico en su manera de ver la vida y en su forma de interactuar con los demás.
El simple hecho de admitir que rendirse para triunfar es su mejor opción, es una forma de ceder ante lo que en plena locura parecía no tener cabida.
