Cuando tuve contacto por vez primera con los grupos de Alcohólicos Anónimos, en 1998, me llamó la atención una de tantas frases hechas que tenían y que hablaba de lo incurable de la enfermedad y de la diferencia entre vivir y morir en sobriedad después de recuperarse o, partir a la vida eterna sin poder superar la bebida.
“Los alcohólicos, una vez alcohólicos, alcohólicos para siempre, pero una vez que aprendes a vivir un día a la vez, es opcional elegir el vivir en abstinencia y morir en sobriedad o bien, morirse alcoholizado como consecuencia de esta despiadada enfermedad”, decían los viejos veteranos del grupo Vista Hermosa de Monterrey, Nuevo León, cuando daban información pública sobre el programa de los 12 pasos.
“Yo se que voy a morir alcohólico, pero sé que lo haré en sobriedad porque no quiero morirme estando en la bebida”, solía decir uno de los viejos estadistas de ese grupo, Luis C.
Entendí que, despedirse en sobriedad y derrotar cada día de la recuperación a la enfermedad del alcoholismo, es el sueño de todo alcohólico que ha vivido el infierno del sufrimiento, ha admitido su condición y ha elegido recuperarse de la misma.
En la historia y biografía de los AA’s, de hecho, destacan que sus fundadores, Bill W. y el Dr. Bob, fallecieron sobrios después de luchar contra su obsesión por la bebida. Bill W. se fue con 36 años sin beber y el Dr. Bob después de 15 años de sobriedad ininterrumpida.
Lamentablemente, no todos los que comienzan su recuperación pueden mantener su abstinencia por largo tiempo o tener la satisfacción de despedirse sobrios de esta vida, debido a que las recaídas son comunes y una de las situaciones contra la que los adictos luchan por evitar permanentemente.
Por ello, cada que un guerrero de esos llamados padrinos de padrinos fallece en sobriedad, toda la comunidad de su camino espiritual de recuperación les brinda homenaje y les agradece su legado.
Vayan estas líneas por la despedida en sobriedad de Antonio R. quien falleció la semana pasada con 78 años de edad y 39 en sobriedad, dejando una gran huella entre todas aquellas personas que tuvimos el privilegio de tener alguna sugerencia o un testimonio de alguien que en sus treintas parecía no tener remedio, con un alcoholismo crónico que le arrebataba la vida y mantenía en angustia a su familia.
Un hombre generoso que, tras lograr ser uno de esos milagros en derrotar su avanzada enfermedad, se dedicó a vivir, un día a la vez sin alcohol, aceptando la vida como es, sin resentimientos, practicando el perdón y abrazando una serenidad permanente a pesar de muchas veces haber vivido en condiciones adversas, propicias para recaer, de las cuáles siempre eligió quedarse con lo mejor de cada circunstancia en lugar de buscar la salida fácil de la bebida.
“Recuerda que la enfermedad es emocional y por eso debes proteger tus emociones, aprender a expresar todo lo que te pasa y a vivir en paz porque la vida se pasa rápido y hay que cuidar lo que tienes, sobre todo cuando llegas a una edad en la que debes estabilizarte porque la vejez toca a tu puerta”, era parte de su filosofía de vida, allá donde eligió retirarse en un lugar paradisiaco, quizás con algunas limitaciones materiales pero con una verdadera riqueza en su alma.
Siempre cercano a él, recuerdo cuando me decía “campeón, te voy a dar una sugerencia que quizás no me has pedido pero te observo y de camaradas quiero compartirla”.
Cuando me pongo a pensar en el legado de sabiduría y espiritualidad como el que nos deja José Antonio, igual que muchos héroes anónimos que andan por ahí en los grupos de ayuda mutua, sólo queda agradecer la existencia de estos grandes personajes y honrar sus vidas.
Cómo especialista profesional de las adicciones y cómo una persona que ha tenido mucho contacto de una u otra forma con la enfermedad, gracias José Antonio, gracias a los estadistas de AA y gracias al programa de los 12 pasos que tantas vidas ha salvado.
Omar Cervantes Rodríguez