En México, el concepto de adicción ha dejado de limitarse al consumo de sustancias y cada vez existen más personas que asisten al consultorio para tratar las llamadas adicciones conductuales.
Hoy, conductas como el uso excesivo de redes sociales, los videojuegos, las apuestas en línea y las compras compulsivas se reconocen como adicciones conductuales, una forma de dependencia sin sustancia, pero con efectos emocionales, sociales y mentales igualmente destructivos.
El fenómeno afecta especialmente a niños, adolescentes y jóvenes.
Las estadísticas lo confirman: más del 90 por ciento de los adolescentes entre 12 y 19 años usa redes sociales todos los días, y estudios recientes muestran que una porción significativa presenta síntomas similares a los del abuso de sustancia, como son la ansiedad, pérdida de control, aislamiento y deterioro en la vida académica y familiar.
La ludopatía, o adicción al juego, representa el 80 por ciento de los tratamientos por adicciones no químicas.
Con la digitalización, las apuestas deportivas y los juegos de azar han invadido los celulares, volviéndose accesibles las 24 horas. La publicidad agresiva en redes sociales y plataformas de streaming alimenta la fantasía del “dinero fácil”, atrapando a menores de edad en dinámicas altamente adictivas.
Otro foco de atención son los videojuegos, especialmente en modalidad en línea. Aunque pueden tener beneficios cognitivos, cuando el juego se convierte en un escape compulsivo de la realidad, se transforma en un riesgo.
En México, entre el 4 y el por ciento de los adolescentes podría estar en situación de uso problemático.
El problema se agrava porque muchas de estas adicciones pasan inadvertidas.
Se confunden con pasatiempos o hábitos modernos, cuando en realidad están afectando el desarrollo emocional, las relaciones interpersonales y el rendimiento escolar o laboral.
A menudo coexisten con trastornos como ansiedad, depresión o TDAH, lo que complica el diagnóstico y tratamiento.
Las soluciones no pueden ser punitivas ni moralizantes. Urge una política pública clara, centrada en la prevención, la educación emocional y el acompañamiento familiar.
También se requiere fortalecer instituciones, impulsar la alfabetización digital y promover espacios de reflexión sobre el uso de la tecnología.
Las adicciones conductuales son un reflejo del vacío afectivo y la desconexión humana en una era global.
El reto no es solo tecnológico, sino profundamente humano, digno de abrir más espacios de reflexión y prevención.