Atravesamos más de un año desde que se documentaron alrededor de 70 casos de violencia vicaria en tierras tamaulipecas, clamando por la incorporación de este delito en la legislación local y que, con el apoyo de las Abogadas del Sur de Tamaulipas, encabezadas por Nury Romero Santiago, el Congreso local la hizo Ley. Sin embargo, a esta fecha, aún no hay una sola sentencia contra agresor vicario alguno.
En la Ley de Prevención de la violencia familiar del Estado de Tamaulipas y en la Ley para Prevenir, Atender, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres, vigentes en la entidad, se le llama la Violencia Vicaria a la utilización de los hijos y las hijas para causar daño, dolor, angustia o cualquier tipo de afectación a la madre, por parte del padre, ex esposo, ex pareja, o quien haya tenido una relación sentimental o sexual con la madre, por sí mismo o por interpósita persona.
La Violencia Vicaria no se rige por los designios del amor o desamor, sino por la trama retorcida de emociones que se desatan ante la pérdida de control. Es un acto perpetrado por mentes adoctrinadas en el patriarcado, donde la mujer, vista como un ente a disciplinar, merece el castigo. Esta forma de violencia no es solo un ataque a la integridad física y emocional de la mujer, sino el espejo de un sistema de pensamiento caduco.
Un estudio del Frente Nacional contra la Violencia Vicaria descubre los nudos que atan la justicia en este ámbito y que arroja luz sobre la ausencia de sentencias. Son el miedo de la víctima a revelar su sufrimiento y denunciar, combinado con la abrumadora ventaja legal y económica que ostenta el agresor, lo que crea un terreno propicio para la impunidad. Las víctimas, dedicando una tercera parte de su semana a enfrentar procesos legales, se ven envueltas en una maraña de desgaste emocional, físico, económico y psicológico.
Además, las instancias judiciales, lejos de ser faros de esperanza, se convierten en obstáculos. La falta de orientación, la lentitud procesal y la falta de perspectiva de género perpetúan el ciclo de violencia. Las madres victimizadas no encuentran refugio ni protección en las instituciones que deberían ser su salvaguarda.
Las víctimas están exhaustas de escuchar comentarios que trivializan su dolor, normalizando la violencia: “es tu culpa por dejarle a los niños”, “no exageres podría ser peor, al menos sabes en dónde están”, “debiste haber aguantado más, te encanta el teatro”, “no es sustracción, están con su papá”, “asume las consecuencias de no estar conmigo”, “¿Qué le hiciste al papá para que te hiciera eso?”, “Es su culpa porque ella prefirió volver a tener pareja”, entre muchos más.
La reforma legal, aunque fue un paso importante, no es suficiente. La falta de sensibilidad y aplicación de la perspectiva de género para tramitar estos casos perpetúa la violencia vicaria, una cruel realidad que revictimiza a quienes buscan amparo.
Es imperativo dar seguimiento a estas reformas, ajustar las leyes pertinentes y dotar a la sociedad de las herramientas necesarias para que estas normas no sean solo palabras escritas, sino una barrera infranqueable contra la violencia de género.
#NoMásViolenciaVicaria sin sentencias.