Dice mi teléfono que cada día uso Instagram un promedio de una hora y 53 minutos y WhatsApp un promedio de dos horas y 16 minutos. (No consigna cifras de Facebook o Twitter porque no uso Facebook ni Twitter).
La lectura de este párrafo debería llenarme de culpa. No, como podría pensar el lector, por el tiempo que paso frente a pantallas –lo hago en un altísimo porcentaje por necesidades de mi trabajo– sino porque no pago por ninguno de esos servicios. Y digo que debería llenarme de culpa y no que me llena de culpa porque, al hacer uso de ellos, y lucrar con ellos –mi trabajo sería imposible sin su ayuda–, estoy consciente de haber celebrado un pacto faústico: pago con mis datos, con los que esa empresa (pues es una sola: Facebook) lucra.
Lo dijo Alessandro Baricco en The Game, libro indispensable para comprender la revolución digital: parte de los beneficios de ésta tienen su origen en el uso “de los datos que dejamos en la red: la violación de la intimidad parece ser sistemática y parece ser el precio que hemos de pagar por los servicios que… ponen a nuestra disposición de manera gratuita. Parece que la regla es ésta: cuando es gratis, lo que realmente se está vendiendo eres tú”.
Así, no puedo ver sino con escepticismo la migración masiva de WhatsApp a Telegram a la luz del cambio de política de uso de datos –para compartirlos en toda la red de Facebook– de la primera. Siquiera Facebook es honesta en su intención mercantilista: Telegram –igualmente gratuito al público– no está registrado como organización sin fines de lucro ni revela su modelo de negocio; ¿cómo creemos entonces que se financia?
Preferiría conservar la privacía de mis datos y pagar por un servicio de mensajería; para que fuera eficaz, sin embargo, haría falta una legislación como la que acabó con Napster e instauró el modelo Spotify. Y necesitamos otra, de protección de datos, equiparable a la de la Unión Europea –donde WhatsApp se ha visto impedida de incurrir en la misma política–, que nos ampare contra esas prácticas.
Nada es gratis. Más vale vivir bajo la Ley y pagar, en la escasa medida de lo posible, con dinero.
@nicolasalvaradolector