Recuerdo hace unos años haber llegado a casa de mis padres y ver cómo habían podado todos los árboles. Se armó un escándalo en mi casa porque yo no podía entender por qué los podaron en pleno apogeo. Mis papás intentando calmarme me dijo que era por su bien, que volverían a crecer, pero más fuertes, más verdes y más frondosos.
En su momento no lo entendí y sentí mucha tristeza, sin embargo, al paso de los meses sucedió lo que mis papás habían dicho: volvieron a crecer y ahora mucho más hermosos y por supuesto con sus raíces más fuertes.
Recuerdo esta anécdota porque es un ejemplo claro de la vida y sus circunstancias, de cómo a veces nos pasan cosas que parecen malas pero que a la larga suceden para hacernos más fuertes, más sabios, más frondosos, como los árboles.
No existe nada en este mundo de lo que no se pueda aprender algo, así sean las circunstancias más indeseables, hasta esas son capaces de enseñarnos algo. Por supuesto a nadie nos gustan las podas por qué habitualmente son circunstancias que nos retan, dolorosas por lo general y que llegan sin avisar, pero créeme de las podas más agresivas surgen las flores más bonitas, el tronco se refuerza y el árbol toma nueva vida.
En lo personal creo que las podas tanto de los árboles como de los humanos son parte fundamental del proceso de la vida. Un árbol que no es podado es porque está abandonado.
Y es que, ¿cuántas veces somos nosotros mismos los que nos abandonamos? ¿Los que nos damos por caso perdido? ¿Los que nos victimizamos y tiramos la toalla de manera deliberada privándonos de toda oportunidad de retomar el camino?
Porque a veces, si alguien es nuestro peor juez, somos nosotros mismos. Así que la próxima vez que sientan que la vida les está dando una podada por favor no pierdan la esperanza y recuerden que eso solo puede significar una cosa: lo mejor está por venir.