Ya van a ser 5 años del terremoto del 19 de septiembre en Ciudad de México, en donde oficialmente perdieron la vida 370 personas, digo oficialmente porque en esa cifra no se cuentan los desaparecidos y se presume fue mucho más elevada. Yo estuve ahí, estaba en la oficina, recién había pasado el simulacro cuando unas horas después todo se empezó a mover, pero esta vez era real. Con el primer movimiento yo salí corriendo, tenía mi propia ruta de escape desde el tercer piso al punto seguro fuera del edificio vía las rampas del estacionamiento. La agilidad con la que decidí salir me permitió no sentir el terremoto, iba corriendo y de reojo veía que las luces se apagaron y empezaron a sonar las alarmas, pero yo seguía hacia afuera. Protección civil autorizó que, si no empujaba, ni entraba en pánico y tenía mi propio protocolo de supervivencia estaba autorizada a realizarlo.
Protección civil decía que, así como no podía asegurarles a los que se quedaban dentro del edificio que se salvarán, tampoco podían asegurarme que no se derrumbara la rampa mientras yo escapaba o me cayera un ventanal encima al salir, que cada quien tenía que seguir su intuición intentando salvarse. Yo no sentí el movimiento del temblor, iba corriendo y concentrada en salir, pareciera que un ángel me cargó o que en vez de ir corriendo iba levitando, incluso una amiga sugirió que volviéramos a ver los videos para encontrar una explicación a porqué no me caí o no sentí un movimiento tan estrepitoso. Yo lo llamo mi propio milagro del 19. Pero el verdadero caos no fue durante el temblor, sino minutos después, cuando parecía que todo había acabado, todo apenas comenzaba. La avenida Insurgentes, una de las más emblemáticas de la Ciudad de México estaba llena de personas empolvadas caminando hacia sus casas o las oficinas de sus familiares, empezaron a sonar las alarmas de policía, ambulancias y bomberos por todos lados, se veía polvo en el cielo de los edificios que se habían caído, no había transporte y las líneas telefónicas marcaban ocupadas. Los que pudimos avisamos por WhatsApp que estábamos bien, por lo menos físicamente, internamente en la ciudad se respiraba el miedo, el terror, el luto y un sentimiento de profunda tristeza en donde lo único que se podía hacer era intentar ayudar a los que estaban ayudando a mover escombros con la esperanza de encontrar sobrevivientes.
Ese día y los que siguieron, en medio de ese luto colectivo lo que se vio fue un país más unido que nunca, esa desgracia sacó lo mejor de cada persona, no hubo colores, ideologías y cuentas bancarias que pudieran dividirnos, todos teníamos un objetivo común: salvar a esa gente que estaba bajo los escombros, salir adelante, volver a levantarnos juntos. Yo estuve ahí, yo lo vi y yo sé que ese México es el que somos, y no necesitamos otra desgracia para recordarnos todas las causas y motivos que nos unen, porque ese es el México que somos o que deberíamos volver a ser, el de gente buena que se ayuda, que no nos contagien la indiferencia, el odio, la superficialidad.. méxico y las personas que le damos vida estamos por encima de toda esa división y sé que juntos vamos a retomar el rumbo de la bondad.
@SoyNancyFonseca