Yo fui una niña siempre no grata. Demasiado morena, rizada y extraña.
Eso ya se los había platicado: para mí, era lógico que no me invitaran a jugar a casa de mis amigas, que a mis tías se les olvidara mi cumpleaños (excepto a mi tía Linda, que me encontró hasta en los peores momentos, cada cumpleaños), que no se me abrazara o se me “presumiera” en fotos familiares.
Crecí así, casi sin notar la herida, inmersa en una normalidad bastante inocua.
Luego crecí y tuve hijos y me di cuenta que no permitiría, jamás, que mis hijos se sintieran no gratos.
Que los trataran como relleno, como cosas que simplemente están y hay que incluir sin mucho entusiasmo.
Por eso me alejé de mi familia: de los abuelos que no los llamaban, que no recordaban las fechas de sus cumpleaños, que no conocen lo que los hace felices, de los tíos que no juegan con ellos ni hacen el mínimo esfuerzo por acercarse.
De los padrinos que desaparecieron, de la familia extensa que dejó de invitarnos a sus reuniones.
Me dediqué a construir un mundo para mí y para mis hijos en donde fuéramos vistos, amados, recordados y procurados, porque aprendí en base a aquello que no iba a tolerar que le pasara a mis hijos lo que a mí.
Ellos crecerían sintiendo como debe sentirse el amor.
El amor es bilateral y correspondido: yo te invito, tu me invitas. Yo te llamo, tu me llamas.
Yo te conozco, yo conozco a tus hijos, yo protejo tus intereses y los de tu familia y a cambio, tú eres esa amiga que siempre está y al revés, como espejos.
Construí vínculos con otras mujeres y sus familias que me han abierto las puertas de muchas ciudades, que han construido amistades duraderas desde la infancia, que me tienen chillando cada que una criatura no propia se gradúa, cocinando para seis niños mínimo una vez al mes y haciendo favores y comprando detalles cada semana.
Elegir amar es complejo, porque el amor es acción. No se puede decir que amas a alguien si no hay acciones que respalden ese amor que predicas.
Cuidándoles el corazón me volví exigente y aprendí a cuidar el mío. Doy porque me gusta dar, pero si no recibo en la misma medida, tomo medidas y cuido mis sentimientos, sobre todo los de mis hijos.
Soy consciente que los vínculos son preciosos. Que hay altas y bajas. Que a veces hay distancias y silencios, pero el amor siempre, siempre nutre.
Agradezco infinitamente todos los vínculos nutricios que he logrado construir para poblar un poco mas esta isla que somos mis hijos y yo.
Una que no tenía abuelos, ni tíos, ni familia directa, pero que ahora existe llena de amigos y sus hijos, con amor, reciprocidad y responsabilidad afectiva.
No les enseñen a sus hijos que el amor son palabras. El amor siempre, aquí, en China y a cualquier edad, siempre es acción.