Batallo mucho para llorar. Mi mamá esta invadida de un cáncer terrible y no he llorado.
Se me escurre entre recuerdos y nada más, mientras yo soy incapaz de derramarme en nada. Resisto.
Lloro quedito, nomas para que se me humedezcan los ojos, en los lugares donde sé que hay alguien que me puede abrazar para hacerme llorar más.
Culpo a las pastillas: tomo seis al día.
Mi hermano dice que él no está soportando.
Que llora diario. Si supiera cuanto lo envidio se daría cuenta que hay mucho a lo que aferrarse, cuando aún puedes permitirte llorar.
Veo el video del linchamiento en Taxco y me dan ganas de llorar, pero no lo hago. Siento que es una falta de respeto, que la manada hizo justicia como pudo y como quiso.
Que Camila será de las pocas víctimas a quienes el Estado Mexicano no va a desaparecer en cifras. Que la herida nos quedará muy honda a todos.
Quiero llorar, pero no puedo. Veo que por fin van a encarcelar al abusador de menores, deudor alimenticio y me alegro. Veo la bizarra protesta en Mazatlán y me alegro.
Hay aún la sensación de que en este mundo loco todo puede encajar en algún lugar, aunque la hijitud se me esté derritiendo entre los dedos.
Aunque mamá ya no pueda burlarse conmigo de los padres irresponsables, aunque ya no pueda contar su historia de viva voz, aunque yo, su hija, recuerde con lágrimas en los ojos (y sin derramar una sola, no vaya a ser que pueda llorar como alguien normal) todas las veces que madre fue hogar, todas las veces que fue pan, que fue escudo, que fue manos extendidas, disculpas susurradas, acuerdos y reconstrucciones.
Mi mamá se está muriendo. Es una realidad que me había negado a afrontar.
Ella siempre dijo que quería irse de este mundo con dignidad, plenamente consciente de sus decisiones, de su mente y de su cuerpo.
Y no.
Y mas que perderla, duele verla perderse justo como ella no quería.
Parece imposible que mientras se te va quien te tuvo en su vientre ocho meses, quien te tuvo en su regazo hasta que pudiste irte, quien te dio jícama rayada y te dejaba ver los Mummins mientras estaba la comida; el mundo pueda seguir su curso, que la guerra pueda seguir reventando hogares, el genocidio pueda seguir impunemente, sigan matando a once mujeres por día en este país/fosa que habitamos y las mujeres sigan llorando en alacenas vacías.
Parece imposible que el dolor no sea universal cuando uno pierde a una madre y que haya muchos dolores, muchos moretones, muchas lágrimas no derramadas, y no, no todas son por Teresa.