Asistimos en vivo a un extraño caso de fama agónica con el intenso interés que suscitó el filme Emilia Pérez y su estrepitosa caída al dejar de ser favorita para los premios Oscar. En su lugar, la estatuilla al mejor filme en lengua extranjera lo obtuvo la brasileña Todavía estoy aquí. Lo ocurrido es una metáfora de lo que plantea el filme ganador: La subsistencia de lo esencial. Casi un pleonasmo metafísico que manifiesta que lo que vale la pena permanece: La sonrisa. Sin querer arruinar la trama para quienes aún no han visto esta extraordinaria pieza, baste señalar que, aun tras la desaparición de su marido por parte de la dictadura sudamericana, a pesar de las peticiones de los periodistas que buscaban fotografiar de forma amarillista a una familia devastada por la falta del padre, la invitación de esta madre de cinco hijos es a que todos se mantengan sonrientes, que la tristeza no abra nunca una grieta en la que puedan pasar las sombrías intenciones de quienes han buscado abatirles.
El arma utilizada por el personaje protagónico de Eunice Paiva a nivel familiar en la citada película es el mismo que se plantea a nivel país contra la dictadura chilena en el largometraje No, en el que se dibuja cómo la vuelta de la alegría —frente a las sombras que invoca el régimen militar— se convierte en el eje para publicitar el voto en contra de Augusto Pinochet. Al final, el postulado es el mismo: el autoritarismo solo gana la batalla cuando nos hunde en la tristeza.
En todo esto pensaba en el marco de las noticias que avasallan a nuestro país, desde el ámbito internacional con las intentonas de guerra comercial estadunidense que se suman a las terribles noticias bélicas que llegan de todos lados. Dentro, el suelo (literalmente) convertido todo en una enorme fosa común donde yacen mexicanas y mexicanos privados de la vida por grupos criminales que buscan tomar el control. Cuánta razón tendríamos en dejarnos llevar por la tristeza, qué equivocados estaríamos, sin embargo, de permitir que eso suceda.