El día de ayer, la secretaria de Gobernación nombró a Mónica Maccise como presidenta de la Comisión Nacional para prevenir la Discriminación. Mónica es una mujer joven con amplia trayectoria en el tema. Me constan, además, su solidez teórica y técnica, su compromiso con la lucha contra la exclusión y su carácter infatigable.
Todo esto y más necesitará en semejante encargo. Que te pongan al frente de la instancia encargada de prevenir, atender y erradicar la discriminación en el México de los albores de 2020, es equivalente a estar al frente de la Secretaría de Economía en tiempos de inflación rampante. Nuestro país es profundamente discriminatorio y vivirá coyunturas que no harán sino exacerbar el abuso hacia quienes son diferentes por su origen nacional o étnico, su género, su orientación sexual o su apariencia.
La primera Encuesta Nacional Sobre Discriminación, realizada en 2017 por el Inegi, nos pinta de pies a cabeza. Más del 20 por ciento de los encuestados dijeron haber sido discriminados por su apariencia física, origen étnico, religiosidad u orientación sexual en el último año. En muchos de los casos, especialmente cuando se trata de personas indígenas o con discapacidad, el ámbito en el que más se les discrimina es en el acceso a los servicios médicos. Pero no solo son los prestadores de servicios; la calle, el transporte e incluso la familia son ambientes nombrados entre los más discriminatorios.
Algunos grupos viven de manera particularmente acentuada este flagelo: el 72 por ciento de las personas trans, el 65 por ciento de la población Lgbtti, el 57 por ciento de las mujeres que trabajan como empleadas domésticas, seguidos de cerca por las personas indígenas y quienes tienen discapacidad. Ni qué decir de los extranjeros, cuya situación de migrantes llevaría al 40 por ciento de la población a no rentarles una casa, por ejemplo.
La porosidad del tejido social está hecha de discriminación, por eso erradicarla es nuestro principal reto como país.
Politóloga* [email protected]