La lapidaria frase equivocadamente atribuida a Porfirio Díaz y cuyo autor real fue el escritor Nemesio García Naranjo, sobre “pobre México, tan lejos de Dios…”, viene al caso ante una situación que hoy enfrenta el país cuando se da la coincidencia de procesos electorales paralelos. No es raro así que los aspirantes a la presidencia del vecino país tomen a nuestro país de “piñata” de la fiesta para congratularse con seguidores o para exacerbar ánimos contra los migrantes que, como todos sabemos, han desbordado la frontera y creado una condición de crisis para el gobierno demócrata de Joe Biden. Entendido existe en que las posturas radicalistas en este aspecto han sido y siguen siendo punta de lanza de Trump, pero ahora el mismo Biden lanza amagos como el de “cerrar” la frontera. Esto quizá nos lleva, junto al tema del fentanilo y otros más, a una condición pese a lo que se diga, no de malas sino de pésimas relaciones, atribuible en gran medida a las políticas erráticas, por decir lo menos, de nuestro gobierno. El desborde empieza a darse, ahora también, por los cuestionamientos de la prensa norteamericana hacia el presiente López Obrador, con acusaciones muy directas como la de la supuesta inyección de recursos del narco a una de sus campañas políticas anteriores.
Sea lo que sea, al presidente de México lo pone el asunto en una situación de por sí difícil ante el también cercano ciclo sucesorio en la Unión Americana. Ya no se trata sólo de haber abierto, en su momento, las puertas a los enormes flujos de migrantes en su paso a Estados Unidos sino, de la misma forma, la enojosa, a la vista de los estadounidenses, del libre albedrío con el que se manejan los cárteles mexicanos, incontrolables a la vista de todos, para introducir fentanilo y otras drogas que causan la muerte a docenas de miles de estadounidenses, especialmente jóvenes. En otras palabras, esto les importa más que el hecho ya al parecer inevitable de un sexenio que transcurre hacia su última fase ensangrentado ante un crimen efectivamente cada vez organizado, diversificado, tecnificado y súper armado, que en vez de debilitarse crece continuamente y se extiende cada vez más por todas las entidades del país. Esto, desde luego, para cualquier nacional o extranjero no es más que signo de una de dos, o de tolerancia, en la que no puede descartarse la componenda o el disimulo, o de ineficacia total de las autoridades. Para los vecinos, sencillamente no hay forma de verlo de otra manera.
Claro que un señalamiento de este calibre al presidente rompe con paradigmas en lo que se supone, o suponía, una buena relación de vecindad y de múltiples reuniones de alto nivel en las que, a juzgar por los hechos, no parece que hayan tenido ningún resultado práctico ni objetivo. De ahí que López Obrador, en vista de que la mencionada imputación de un organismo oficial como lo es la DEA, de haberse filtrado dinero del narco a su campaña del 2006, provoque en lo que llama “tiempo de zopilotes”, por la cercanía de las elecciones, una amenaza de fincar responsabilidades al propio gobierno de Biden. Para AMLO no es raro que acuse también estas posturas que visiblemente le perturban tanto, de franco “injerencismo” de Estados Unidos en México.
Cosa similar había ya señalado, entre otras cosas, las aportaciones oficiales de ese país a organismos de nuestra sociedad civil, como el de México contra la Corrupción. Sin embargo, a López Obrador, que se proclama defensor de la autonomía de los pueblos, no le empacha tanta injerencia para enjuiciar a lo que se hace en otras naciones ajenas a sus “principios”, llegando hasta la virtual ruptura con ellos como pasó con Ecuador o de facto ahora con Argentina, o en otro sentido el apoyo irrestricto a naciones del continente prácticamente asoladas por la dictadura y a las que defiende con uñas y dientes. También ahora pretende inclinar la balanza de las mismas votaciones en Estados Unidos, al conminar a los ciudadanos “de origen mexicano” para que no voten por candidatos que se muestren antimexicanos. Si hubiese una actitud similar del presidente Biden exhortando a los mexicanos para que voten en tal o cual sentido, la reacción resultaría de plano de escándalo para el presidente de México. Y hay más en torno a ello, ya que está claro que los manifestantes que de pronto surgieron en Nueva York para insultar a Xóchitl Gálvez, no se dieron por algún grupo organizado de mexicanos y menos por generación espontánea. Esto solamente muestra que recursos abundan en el partido del presidente para promover hasta esta clase de incidentes.
Quizá aquí no nos percatamos, pero lo cierto es que sí hay profunda preocupación en la nación vecina por todo lo que acontece en México, en lo que se considera un tema de “seguridad nacional” para ellos. Del hampa mexicana hay inquietud seria ante el hecho manifiesto de una estrategia ya evidentemente fallida como para atacar el delito y combatir los cárteles, de la imparable corriente de migrantes que se agudizó a partir de la manga ancha de este gobierno para impedir su regulación, del hecho de que la corrupción siga campante en el gobierno y en estructuras paralelas y hasta familiares, de una política hacia el interior que amenaza la democracia, la división de poderes, los organismos autónomos, ataques al Judicial, etcétera.
Sí. Como decía García Naranjo, estamos al parecer muy pero muy lejos de Dios y nuestra realidad, la observan y juzgan los que están tan cerca como Estados Unidos. Y esto, con campañas paralelas, apenas comienza.