Al presidente López Obrador parece no correrle ninguna prisa. Así celebró el 1 de julio como el día de su “histórico triunfo”, así, sin recato alguno, con igual actitud como si simplemente se cambiara el estrado de campaña por la palestra de Palacio de Gobierno. Para él se trató de la oportunidad para rendir un ¿informe? más de su gestión, lo cual seguirá repitiendo al cumplirse un aniversario más de su administración y, por supuesto, el único constitucional y protocolario del 1 de septiembre. Pero, lo mismo da. En una especie de mañanera concentrada y con la comodidad de tener como auditorio exclusivamente a los funcionarios de su gabinete y los más cercanos, nuevamente presumió a su modo sus logros y se sacó de la manga una encuesta (¿otra?) en la que, naturalmente, se da por respaldado ya por las dos terceras partes de los mexicanos. No había nada especial qué esperar de dicho mensaje en esa circunstancia. Nuevamente la retahíla de sus supuestos logros y la oportunidad, para variar, de censurar y atacar con todo a los adversarios, conservadores y mentirosos medios y periodistas que le critican. Lo hecho ahí, dentro del recinto del gobierno federal, fue un contenido esencialmente político, repetitivo y cansón, que luego tuvo su versión en el auditorio nacional donde se concentraron los morenistas para festejar el éxito de hace tres años, con una cargada evidentemente manifiesta -obvio, ordenada desde lo más alto-, en favor de Claudia Sheinbaum, hasta ahora la ungida para la sucesión con todo y que haya resultado tan vapuleada por los ciudadanos en la elección pasada y también por la irresponsabilidad de su gente en el caso del Metro capitalino.
Objetivamente no tiene mucho para celebrarse lo que lleva la actual administración del país. Los puntos más críticos, salud y seguridad pública, quedan enormemente fallidos. Sin embargo, hay que reconocer la habilidad del presidente para convertir los fracasos en aparentes triunfos. Con un año y medio de pandemia, no todos se acuerdan de la forma tan increíblemente errónea y peligrosa como se manejaron las cosas los primeros y cruciales meses de contagio. La tozudez del mismo presidente en su renuencia, primero, a darle la importancia debida al problema, al uso de cubrebocas (qué aún subsiste), etcétera, llevaron a una política cuya única salida posible fue, efectivamente, realizar de manera emergente el programa de vacunación que nadie sabe cuánto costará pero que, lo que sea, lo vale. Y no es lo único, la necedad en señalar a laboratorios específicos para terminar en el peor desabasto de medicamentos en el sector público y hasta privado, reventó no sólo una terrible crisis con el sensible caso de los niños con cáncer y, reveló el estrepitoso fracaso del llamado INSABI.
Ni qué decir del tema de seguridad. Sólo las paredes de Palacio saben de qué hablarán diario en la madrugada el presidente y su gabinete del ramo, pero la verdad los resultados son francamente funestos. Maniatados el Ejército y las demás corporaciones, bajo instrucciones confusas y contradictorias, ofreciendo cada vez más espacio de movimiento a los cárteles y grupos criminales que parecen traer patente de corso para no ser realmente perseguidos y menos combatidos, pueblos, ciudades y regiones enteras se ven asolados por el hampa en la casi total indefensión. Y los capos, ellos si están felices. La violencia ha sido reconocida incluso por este gobierno como la peor sufrida, aunque se siga el argumento de que los cárteles ya existían y que son producto de, lo mismo, de la corrupción del pasado. Días tras día, semana tras semana, mes tras mes, el rio de sangre no para ante la insensibilidad presidencial que no quiere extirpar el mal, que se niega a afrontarlo, que pretexta humanismo para no liquidarlo. La población vulnerable, atacada continuamente, sometida, extorsionada y asesinada, en cambio, no corre con igual benevolencia ni suerte.
Tal vez en lo que no piensa el presidente con sus discursos triunfalistas y sus celebraciones, es que el tiempo sigue su marcha. Pronto llegará el término de su gobierno a la mitad de su duración y, ya en ese momento, por razón lógica empezará a ir amainando su fuerza. Mientras, poco a poco la lucha política abierta y la interna en su propio partido recrudecerán en busca de asumir posiciones para el siguiente sexenio. Esta ocasión no será diferente a las anteriores, llegará el parteaguas, el momento del declive del poder. Y ya van tres años del triunfo… pero contando.
Twitter: @MiguelZarateH