Sin disparar (todavía) un solo misil, el presidente Donald Trump ya ha abierto guerras de todos tipos, en México y en otras partes del mundo, sin prever los efectos y daños que de hecho está ya gestando y causando, con daños inclusive para su propio país, su gente y su economía. En un mundo tan globalizado, imposible resulta pensar que saldrá bien librado de la guerra comercial que ya empezó y que en menos de un mes de gobierno hace sentir estragos e incertidumbres.
Pero ¿Qué lo mueve a realizar decisiones “ejecutivas”, algunas de las cuales son inconstitucionales para su nación y agresiones manifiestas en el campo del comercio internacional? Apenas agarró “parejo” con la imposición de gravámenes (aranceles) a las importaciones de acero y aluminio, se desestabilizó el mercado y, desde luego, nuestro país se ve por anticipado afectado ya que sólo Dios sabe hasta dónde se sostendrá nuestra bien lograda capacidad de producción de automóviles, a lo que ya se cumple la amenaza de elevar por lo pronto el 25 por ciento de arancel a cada vehículo que se produzca aquí para ingresar a Estados Unidos, cosa que, sabemos bien, afectará a México severamente. ¿Cuál tregua entonces?
La posición de México es, se dirá, realmente tranquila, aunque la verdad se requiere mucha más precisión. Un ejemplo de ello es la Unión Europea, que ante el anuncio sobre aranceles al acero, señaló que Estados Unidos puede esperar “duras contramedidas” de las naciones afiliadas a la UE, mientras que Canadá ya reaccionó igualmente con un rechazo absoluto. Por parte de México, hay consideraciones de “prudencia” en la presidenta Sheinbaum, y los calificativos llegaron a estimar, como Marcelo Ebrard dijo, como simplemente “arbitrarias”. Ya ni siquiera se habló de los autos sino de las partes automotrices que encarecerán en grado extremo ya que hasta un pistón de motor llega a pasar cuatro o cinco veces la frontera para quedar integrado.
Todo ello en verdad no deja de estar vinculado a otros planteados que nos trajo la administración trumpista. El más relevante por supuesto es el de la migración de indocumentados. Hasta ahora parece que el tema se ha quedado en las fronteras y, sin embargo, ya con el tiempo quedará de manifiesto su magnitud. En ambos casos, el de los aranceles y el de las deportaciones con toda y su complejidad, no dejan de ser una verdadera guerra que no deja de tener sus perfiles reales puesto que no por casualidad se han dado los avistamientos frente a nuestras costas, barcos militares de la “Navy”, incluyendo portaviones”, así como los sobrevuelos de aeronaves espías muy sofisticadas en la península de Baja California, aunque fuera del mar territorial mexicano.
Claro que hay asuntos más graves en otras partes del orbe. La arrogancia del mandatario estadounidense llega al grado de sentirse, ahora sí, como si fuera dueño del mundo, dispuso ya del futuro de toda una nación, la palestina. Afirmó que los habitantes de Gaza “no volverán”, que su población se irá refugiada a Egipto o a Jordania, que así les va si no los aceptan. Pareciera que no tiene fin tanta presunta omnipotencia al marcar el destino de un pueblo. Y luego, hay que ver qué graves consecuencias pueda traer.
Otras guerras parecen de simple orgullo o presunción, como la imposición del nombre del “Golfo de América”, rebatido hasta por los propios norteamericanos, y ya mejor ni hablar de aquello de comprar Groenlandia, a lo que el gobierno de Dinamarca contestó con una burla: “mejor nos venden California ya que nos hacen falta sol, palmeras y patines”. Tanta patanería no merece otra cosa.
Hay, pues, guerras emprendidas en muchos frentes, aunque se ve el cuidado a meterse de plano con China o con Rusia. Es decir, no se mete con los de su tamaño. A México le toca un papel realmente difícil y hay actitudes prudentes pero otras que ya se parecen al sometimiento, por más que se aderecen con discursos de soberanía. Hay límites en todo, incluso entre la capacidad de “cabeza fría” que se le atribuye a Sheinbaum y otras en las que se enfrenta al problema de defender el pasado régimen.
Hay que darlo por hecho: las guerras sordas de Trump no terminan ni terminarán. Ojalá de sordas nunca pasen a reales.