Por encima de la buena impresión que deja la calidad cinematográfica de El Acusado y El Espía, de Roman Polanski, prevalece la ironía. El cineasta que lleva gran parte de su vida autoexiliado para evadir acciones legales por haber violado a una menor de edad hace cuarenta y tres años, estrena un drama sobre un hombre con el que comparte ciertos aspectos biográficos. La cinta dialoga con la situación personal de su director, también con la actualidad del mundo, lo cual siempre se agradece. En esta ocasión, ese diálogo no es del todo exitoso.
En 1894, el capitán Alfred Dreyfus (Louis Garrel) es acusado de espiar al gobierno francés en favor de Alemania y condenado a cadena perpetua en la Isla del Diablo, en la Guayana Francesa. Durante el juicio en su contra, aparece el coronel Georges Picquart (Jean Dujardin), quien fue uno de los testigos que determinó su culpabilidad. Después de la sentencia a Dreyfus, Picquart es ascendido a jefe de la unidad de contrainteligencia que llevó el sonado caso, y descubre irregularidades que ponen en duda el rigor de la investigación contra Dreyfus, en la que su origen judío fue la única razón para inculparlo. A partir de ahí, Picquart tomará como misión demostrar la inocencia de Dreyfus, enfrentándose a un sistema corrupto en el que se jugará trabajo y vida.
Alfred Dreyfus reúne el perfil para ser llevado al cine en un drama de época típico: nobleza, integridad, fortaleza espiritual. No obstante, es Georges Picquart quien separa a esta cinta del promedio de su género para perfilarla como obra relevante en la coyuntura cultural. En su primer encuentro con Dreyfus, Picquart es su maestro en La Escuela Superior de Guerra. Dreyfus le cuestiona si el motivo de las bajas calificaciones que le está dando es su ascendencia judía. A lo que Picquart responde que, en efecto, no le agradan los judíos, pero que eso no afectaría su criterio para evaluar a un alumno. Tiempo después, coopera con la policía para que sea arrestado y declara en su contra. Cuando tiene enfrente la evidencia de que se ha juzgado erróneamente a un inocente, Picquart cumple la garantía que le dio a Dreyfus en su época de estudiante. Con Picquart, Jean Dujardin interpreta a un antagonista que al final de su arco dramático no se apega a la definición del héroe cinematográfico que celebramos. Picquart defiende a Dreyfus no porque empatice con él; lo hace porque es lo correcto. Polanski no soluciona el antisemitismo del personaje. Lo que hace es mostrarnos a alguien cuyas opiniones personales no afectan su ética. Sin sentimentalismos, ni apasionamientos, con personajes que no aman a la humanidad entera, pero la respetan y toleran (su desenlace ejemplifica estas cualidades) El Acusado y El Espía es un llamado a la objetividad. Por otro lado, la ironía que prevalece es que el personaje verídico al que la película pretende restituir su honor, pierde visibilidad. En su época, Alfred Dreyfus fue opacado por la historia oficial de su país. En la época actual, nuevamente pasa a un segundo plano debido a que Polanski está distrayendo (involuntariamente) la atención por los actos de su pasado, que hoy lo hacen enemigo del movimiento MeToo. Como consecuencia, la exhibición de El Acusado y el Espía fue censurada en los principales mercados del mundo. Dreyfus, el hombre inocente que cumplió sentencia, pasará al olvido al haber sido filmado por Polanski, el hombre que admitió su culpa sin pagar condena. Nada de esto le quita a El Acusado y El Espía el mérito de guión, dirección y actuaciones. Al contrario; es recomendable verla para captar lo extraña que es nuestra cultura actual.
