Fue un 2019 reñido para elegir la mejor película del año. Gracias al director surcoreano Bong Joon-ho tengo la certeza de que Parásitos se lleva ese honor. Por mérito y por contexto.
Ambientada en Seúl (y factible en la realidad de cualquier país del mundo) Parásitos tiene como protagonistas a la familia Kim. Padre, madre, hijo e hija. Los cuatro están en el desempleo, ingeniándoselas para subsistir entre falta de servicios, empleos temporales y un sótano a duras penas acondicionado como casa. La oportunidad de dejar la pobreza llega cuando un amigo de Ki-woo (el hijo) los visita para despedirse porque se irá a estudiar al extranjero y le propone a Ki-woo que se quede con su trabajo como maestro particular de inglés de la hija de la adinerada familia Park. Para obtener la vacante, Ki-woo tendrá que falsificar un certificado de estudios que lo haga pasar como tutor calificado. ¿Estará dispuesto a comprometer su integridad a cambio de trabajo? Parásitos responde esta pregunta en los primeros minutos de trama. Y la respuesta es: por supuesto. De hecho, una vez que el joven convence a los Park de ser el indicado para dar clases de inglés a su hija, el resto de los Kim inicia un meticuloso plan para colocarse como elementos de servicio doméstico en la mansión Park.
El arribismo de los Kim, su mecánica de infiltración y la riqueza analítica con que están escritas las interacciones entre familia rica y familia pobre, rinden para una crítica social ya en sí superior a muchas vistas durante este año. Para Joon-ho, no es suficiente. El guión de Parásitos rebasa la inteligencia promedio de las sátiras sociales, deparándonos una segunda mitad tremenda, impredecible, exquisitamente entretenida.
Las películas occidentales nos acostumbraron a predecir lo que pasará en ellas. Debido a sus sorpresas fáciles, a giros que, en el afán por movernos el piso, sacrifican coherencia. Como contraste, la segunda mitad de esta comedia negra da cátedra de cómo intensificar la trama a la vez que profundizar en temática.
Teniendo en cuenta que la meta de los Kim es asegurar su sustento económico, una vez que lo obtienen, la historia pudiera terminarse ahí. Para llevarla a un siguiente nivel, existe un secreto que guarda la casa de los Park, el cual demostrará qué tan lejos están dispuestos a llegar para asegurar dicha estabilidad. En apariencia, este giro de trama va a los extremos en un desenlace que implica violencia, venganza, sangre y, sobre todo, sangre fría. Lo asombroso es que, aún alcanzando ese grado de locura, la ficción de Bong Joon-ho es nulamente distópica. Se siente a cinco minutos de nuestra realidad.
La verdadera bomba entre tanto ingenio explosivo es la representación de clases. En una era en la que se nos invita a conversar sobre desigualdad socioeconómica con sensibilidad y empatía, el director aborda el tema en sus propios términos; negándose a calcar sus protagonistas del imaginario sobre la pobreza en el cine mundial, en el que principalmente se filma a los marginados como nobles e ingenuos. Fascinantes como familia y como individuos, los Kim enfrentan al capitalismo como atletas de alto rendimiento. Son determinados, inteligentes, agresivos. Dentro de esta sátira, estos rasgos no son superpoderes, sino una manera de decirnos que no importa qué tanto te esfuerces, el sistema está diseñado en tu contra.
Además de su evidente calidad en todos los frentes (dirección, guión, actuaciones, diseño de producción.) Parásitos es la película del año porque, mientras otros genios del cine este año nos dieron -especialmente a sus seguidores- magnas obras personales y nostálgicas, Bong Joon-ho le dio al mundo entero una cinta que resume la ansiedad, el miedo y el humor con que digerimos esta época.
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