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Gael García comete el robo del siglo en "Museo"

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  • Maximiliano Torres

A Alonso Ruizpalacios le llegó el momento de refrendar la admiración que ganó con su ópera prima Güeros, acaso el debut más memorable del cine mexicano en años recientes. Su carta decisiva contra la alta expectativa de su regreso es una historia que redobla en estilo y anécdota la propuesta de Güeros.

Dato verídico: el 25 de diciembre de 1985 sucedió el robo del siglo en México. Dos estudiantes burlaron la seguridad del Museo Nacional de Antropología e Historia, sustrayendo 140 piezas de origen maya y mesoamericano. Una búsqueda en Google nos dará los detalles oficiales que queramos averiguar acerca de este suceso. Involucrados, edades, fechas, contenido del botín. La búsqueda de Ruizpalacios es de algo intangible: imagina la vida interior de los dos perpetradores, Carlos Perches y Ramón Sardina, que en esta ficción son rebautizados como Juan y Benjamín. ¿Qué situación personal y familiar los habría orillado a cometer el robo? En el sentido sociológico, las respuestas serían: la pobreza, la inequidad, la falta de educación. En Museo, el director especula en qué rincón psicológico o emocional de estos personajes surgió la idea de llenar su vacío convirtiéndose en ladrones de arte.

Después de ver Güeros y Museo no es apresurado decir que la técnica gobierna el cine de Alonso Ruizpalacios. Durante las dos horas y ocho minutos que dura su segunda película, el director está en constante rotación de ideas visuales para narrar. La secuencia del robo, las escenas en las que sus protagonistas proyectan sus inseguridades o la aparición de la Ciudad de México como fondo de la acción; cada aspecto está filmado con distinta puesta en cámara. Normalmente, el derroche de recursos activaría mi alarma contra el cine pretencioso, pero la relación de Ruizpalacios con el estilo es honestamente experimental; invita al espectador a romper convenciones. Otra muestra de su originalidad como autor está en las referencias con las que evoca el pasado. Mientras que nuestra fijación colectiva por lo “retro” por ahora solo sabe de Luis Miguel, cortes de cabello y ropa con hombreras, Museo se desentiende de la obvia vibra ochentera usando música de Silvestre Revueltas, un diseño de créditos a la Saul Bass y material de archivo de la televisión de la época. El tono nostálgico que consigue con ese diseño de producción es bastante singular.

Narrativamente, ésta es, como lo fue Güeros, otra balada a la inmadurez. Gael García Bernal y Leonardo Ortizgris personifican esa crisis de identidad de los jóvenes que manifiestan individualismo aunque carezcan de propósito. Si su misión es crear ficción de cuál fue la circunstancia de los autores del llamado robo del siglo, Museo funciona mejor cuando los muestra inmersos en el entorno que los reprime. En este caso, el entorno familiar. Se habla mucho la impecable escena del robo al Museo de Antropología e Historia, pero la escena de la reunión navideña en casa de Juan (García Bernal), que termina con él contándole a sus sobrinos que Santa Claus no existe, es Ruizpalacios en su mejor dominio de técnica y drama. La segunda mitad de la historia, cuando los dos amigos toman carretera para consumar su plan, no alcanza el impacto de su estupenda primera mitad, dando la sensación de que hay una perfecta película de hora y media adentro de esta cinta de dos horas. Museo comienza con una leyenda con la que aclara, en tono irónico, ser una réplica de la historia original. Lo cierto es que la originalidad es una de las mayores virtudes de su director.

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