La adolescencia está entre los temas predilectos del cine mexicano. Jaibo y Pedro de Los olvidados; Yessica y Miriam, de Perfume de violetas; Tenoch y Julio, de Y tu mamá también; Renata y Ulises, de Amar te duele; Cagalera y Moloteco, de Chicuarotes. Hay una dupla de chamacos para entender la vida en México en cada una de sus épocas. La adolescencia es también la etapa en la que, industrialmente hablando, el cine nacional ha permanecido durante décadas a falta de recursos y falta apoyo por parte del gobierno y la audiencia. Esto no es Berlín, el más reciente largometraje de Hari Sama tiene que ver con ambos sentidos de esa adolescencia. Para contar la historia de un joven que navega emocionalmente el México de los ochentas, encuentra una forma de sortear las limitaciones actuales de la industria cinematográfica.
En la víspera del Mundial de Futbol de 1986 en México, Carlos (Xabiani Ponce de León) está a punto de explorar su identidad. De día, pasa el tiempo distraído de las clases y participando en peleas entre chicos de escuelas adversarias. Su madre (Marina de Tavira) duerme casi todo el tiempo, dopada con medicamentos. Esto le permite, de noche, aventurarse con su mejor amigo Gera (José Antonio Toledano), con quien logra escabullirse a un club nocturno clandestino llamado El Azteca, para ver tocar a la banda de Rita (Ximena Romo), la hermana de Gera. Esta primera vez en la escena underground de la música y el arte despertará en Carlos las ganas de experimentar con nuevas compañías, influencias y proyectos.
Inspirada en pasajes de la vida del director, este viaje al pasado tiene cierta autenticidad. La que da la autobiografía. Está plasmada en las personalidades de sus protagonistas, en el clima sociopolítico del periodo en que les tocó madurar, en la cultura juvenil que enmarca sus andanzas. Al comienzo, lo que atrapa es la astucia estilística con la que Sama resuelve los exigentes valores de producción de una cinta de época. Valores de producción de los que no dispone en su totalidad, y que sabe sortear con una ágil puesta en cámara de tomas cerradas entre las que se alcanzan a asomar detalles que nos bastan para transportarnos al año en que México fue sede del Mundial de Futbol. Después del arrojo de los primeros minutos, Esto no es Berlín no redobla su propuesta visual con una propuesta narrativa. No podemos acusar a Sama de no contar algo. Cuenta varias cosas: peleas callejeras, performances, fiestas excéntricas, debates sobre arte, drogas, sexo. Toda esta descripción de la escena artística de antaño hace un comentario interesante sobre cómo las ciudades menos influyentes imitan a las capitales del arte (de allí el título de la película). Lo que esta recreación del zeitgeist ochentero no logra es decirnos algo definitivo sobre sus personajes, quienes en este tratado sobre juventud y contracultura tienen un rol pasivo, un arco dramático que apenas comprende darles un nuevo corte de cabello y delineador de ojos. De hecho, de acuerdo con los eventos de su desenlace, es posible que el redimido de la historia sea Gera y no Carlos. En general, la nostalgia supera al argumento.
Esto no es Berlín estuvo en competencia en el pasado festival de cine de Sundance. Su verdadera competencia, en todo caso, es el corpus de cine mexicano centrado en la adolescencia. Un territorio en el que Temporada de patos, Amar te duele, Voy a explotar, Güeros e incluso Museo (cuyos protagonistas verídicos eran veinteañeros, pero sus actores no) ya dejaron huella.
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