El cierre de la segunda década de este siglo de cine se puso imperdible. Varios directores mundialmente distinguidos coincidieron en un ánimo retrospectivo, filmando películas con las que rememoran su vida personal y/o compendian su legado artístico. Otra gran coincidencia de este fenómeno fílmico es que, al entrar a esa etapa creativa, estos autores consiguieron su mejor película en años. Comenzó Alfonso Cuarón el año pasado con Roma, siguió Pedro Almodovar con Dolor y gloria, luego Quentin Tarantino con Había una vez en Hollywood. El turno es de Martin Scorsese con El irlandés, en la que se supera haciendo lo que ya hacía incomparablemente.
En la década de 1950 en Pensilvania, el camionero Frank Sheeran (Robert De Niro) se involucra con Russell Bufalino (Joe Pesci) y su banda criminal. Mientras Sheeran sube de rango para convertirse en un asesino a sueldo, también trabaja para Jimmy Hoffa (Al Pacino), el poderoso líder sindical vinculado al crimen organizado. Es el mismo Russell quien lo recomienda con Hoffa, y su lealtad hacia ambos podrá sostenerse hasta que los intereses de Hoffa sean contrarios a los de Bufalino. A lo largo de esta relación, que veremos crecer y complicarse durante décadas, el personaje de Robert De Niro nos da la radiografía moral de un criminal. Con una película exhaustivamente narrada en mente, Scorsese lleva a El irlandés a tres horas y media de duración, las cuales utiliza para dar contexto histórico y trazar una conexión entre la mafia y la clase política de Estados Unidos.
Todas las señales exteriores de que ésta es una más de las excelentes cintas sobre gánsteres en la filmografía de Martin Scorsese están aquí. Mismos actores, misma cultura, misma clase social, mismas dinámicas. Excelente, sí. Una más, no. El irlandés es un triunfo cinematográfico producto de las dos variables que hacen toda la diferencia en la industria fílmica: dinero y edad. El dinero viene de Netflix. 160 millones que permitieron producir una historia de época por todo lo alto en cuanto a diseño de producción, además de usar tecnología en efectos visuales para rejuvenecer hasta 30 años a los actores principales de su reparto, quienes rondan los 70 años y en la trama los vemos cambiar de aspecto en un lapso de seis décadas. Por más incómodo o distractor que se sienta, el rejuvenecimiento digital es recurso esencial para la intención de Scorsese, ya que permite a su trío de legendarios histriones ampliar su rango, trabajar sus personajes sin cederlos a otro actor que los interprete en otra línea de tiempo. La edad viene de Scorsese. Con la óptica de sus 77 años, el director retoma los intereses constantes en su obra con una nueva capa de conciencia. Esta vez nadie confundirá a El irlandés con un intento por glorificar la violencia y el crimen. Además de ser criterio y tema, la edad es estilo: narrativamente, el espectador puede apreciar como la película adopta en ritmo y estructura la expresividad de las etapas de vida: su primer acto es jovial (ágil, imparable), su segundo acto es adulto (contenido, sobrio) y su tercer acto adopta la contemplación y frialdad meditativa de la vejez. (¿Alguien más pensó en Amour, de Michael Haneke con ese final?)
El nivel de su reparto, si bien es el estándar para las cintas de Scorsese, no deja de ser un evento: De Niro, reponiéndose de su larga racha de malos papales en malas películas. Pacino, reponiéndose también de una racha similar a la de De Niro y actuando por primera vez bajo la dirección de Scorsese, y Pesci, sacado del retiro, aceptando volver para una ocasión especial.
Con una concurrencia actoral como ésta sería fácil hablar de un duelo de actuaciones, aunque cada quién está en un registro diferente, sin opacarse ni rivalizar. Dos verdades devastadoras nos esperan al final de El irlandés: 1) Nadie escapa de su conciencia. 2) Envejecer es lo peor… a menos que seas Martin Scorsese.
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