Se llegó la fecha y hora de cierre para esta columna y no estoy completamente decidido respecto a la segunda película de Gael García Bernal como director. Por momentos es drama tremendista, por momentos es comedia negra. Esta encrucijada de géneros no se sortea llamándola comedia dramática, ni drama con tintes cómicos. Es complicado.
Llamada Chicuarotes, en referencia a los habitantes de San Gregorio Atlapulco, en la alcaldía de Xochimilco, en Ciudad de México, esta crónica de la violencia en las regiones socialmente vulnerables del país sigue la lucha de dos amigos por dejar la pobreza. Cansados de asaltar microbuses, Cagalera (Benny Emmanuel) y Moloteco (Gabriel Carbajal) se proponen comprar una plaza en la Comisión Federal de Electricidad que cuesta 20 mil pesos y les garantizará un salario de por vida. Para conseguir el dinero planean un par de crímenes en los que todo lo que puede salir mal saldrá mal.
Desde su debut con Déficit (2007), García Bernal adquirió oficio considerablemente. Se nota que ha tomado el control técnico, narrativo e incluso interpretativo de su puesta en cámara. Como resultado de este fortalecimiento en su realización, la historia no pierde nuestra atención y el reparto, sólido en lo general, navega admirablemente el conflicto de tonos entre escenas.
En el personaje de Cagalera, Benny Emmanuel es una revelación y la razón por la que uno decide darle a la película la oportunidad de encausarse. Aciertos existen, pero lo que le impide a Chicuarotes ser considerado un firme paso adelante para su director es la dificultad de comunicarnos sus intenciones en este retrato del México actual.
¿Es una obra totalmente seria o una obra que, por el contrario, pide no ser tomada en serio para llegar a su reflexión?
Tiene escenas que, de origen (su guión), se sienten, además de genuinamente cómicas, preparadas meticulosamente desde momentos antes. Por ejemplo; después de atracar una tienda de lencería en la que roban en especie al no encontrar dinero, los protagonistas y su cómplice El Planchado son orillados en el camino de regreso por dos mujeres policías que los descubren, pidiéndoles una mordida que tendrá que pagarse inevitablemente con la ropa interior recién robada. Lo que ocurre después está lejos de la comedia accidental. Otra gran secuencia de humor negro es la escena en la que compran unos pastelitos con fecha de caducidad expirada, los cuales saben tan mal que les inspiran un metachiste sobre su pobreza. Cuando uno está a punto de congratular a Gael García por su dominio de la sátira oscura, llega la carga de escenas dramáticas forzadas. Alcoholismo, violencia doméstica, crueldad animal, abuso sexual. Estos pasajes están intoxicados de una urgencia por emitir un mensaje social. El aspecto que más me interesa corroborar si es comedia o drama son los apodos de los personajes. En una historia que habla de pobreza, llama la atención que ninguno posea la dignidad de un nombre propio. Al contrario: todos reciben un sobrenombre en el que hay cierta humillación. Irónicamente, cuando Cagalera va al salón de belleza donde trabaja su novia Sugheili, en un intento por insultar a las dos mujeres transexuales que trabajan con ella, las llama por su nombre masculino. Drama y comedia siempre podrán coexistir, aunque en el caso de Chicuarotes la línea divisoria es difusa. O es probable que no exista.
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