
Tuvieron que pasar cuatro décadas para que la nicaragüense Ligia Urroz (1968) hiciera las paces con su pasado.
Y vaya manera de hacerlo.
Tal vez no con una fórmula recurrente en el ser humano, bajo el entendido de que todos, todas, habremos de llegar a ese momento de aceptación con las experiencias pretéritas, sublimes o traumáticas, y generar así una estabilidad para el presente.
Fue la escritura desde este mismo presente la utilizada por Urroz, privilegio de excepción, y beneplácito a un tiempo para quienes se acerquen a ella.
A Somoza, un relato testimonial que los editores ofertan como “la novela del hombre que robó los sueños de una nación”, pero que es ciertamente más.
O mejor dicho, la novela de la autora, sin menospreciar, claro está, el resto de su narrativa publicada y por hacerlo, donde descubrimos a una pequeñita de once años que camina su mundo.
Aunque también, escuchando la voz del narrador omnisciente, otra vez Urroz, sabremos de la caída del presidente nicaragüense Anastasio Somoza, producto de la insurrección del Frente Sandinista de Liberación Nacional y otras fuerzas progresistas, y su posterior asesinato.
Del mundo de esa pequeña, llenito de una violencia que no se logra entender, ni entonces ni ahora.
“Y siguió acumulándose mi colección de por qués y mi miedo”.
Perteneciente a una familia cercana a la del político depuesto, la autora-narradora experimentó (como la totalidad de los nicaragüenses) aquellos episodios de violencia.
Unas líneas resumen el hecho: “…estábamos en un fuego cruzado y éramos personajes incidentales dentro de él; rogábamos a Dios por que no fuéramos accidentales”.
Somoza es también una novela de guerra, “cualquiera que haya vivido una guerra ¿ha podido salir algún día de sus recuerdos?”, que rehace vivencias y voces, “no hay día que pase sin subirme a los árboles y llenarme de tierra”, y que amalgama ensoñaciones con historias reales.
“Lo cierto es que estas ensoñaciones se entretejen con las historias reales. Esas imágenes de ‘realidad’ son transparentes, acuíferas. Viven en mí con una claridad contundente. Sí fueron. Anidan en mis neuronas cuando vuelvo a pisar mi tierra, cuando la respiro, cuando la siento dentro”.
“Llueve fuego del cielo”, leemos en la novela de Urroz. Y junto a su familia, a sus pocos años, la protagonista no encuentra “ni para dónde hacernos. Lo único es rezar y quedarnos quietecitos al ras del piso”.
Sabremos después de su inmediato exilio a México, “el día de las despedidas, sin despedidas, el día del desprendimiento, el preciso instante del doloroso desarraigo”. De los gritos, los llantos, la muerte aún presentes, y del recuerdo de un olor a pólvora que ahoga los pulmones.
Del rumbo señalado para esta niña.
“No sabíamos, pero vivíamos una vuelta de tuerca, una jugarreta de la suerte. A partir de ese punto en la línea del tiempo comenzaba nuestra nueva realidad. Habría que construir una nueva vida empezando de cero. Trabajar sin cansancio para salir adelante en tierra ajena”.
Destino de Urroz (“no hay nada más desolador a los once años que ver a tu madre llorar y sumirse en el mar de la nostalgia”) transformado en una entrañable narrativa, Somoza.
(Ligia Urroz es autora de los cuentos “Viajes oníricos”, que forma parte de la antología Once mujeres que cuentan erotismo (2018), y “Narciso negro”, de la colección Mujeres de miedo que cuentan (2019), así como del ensayo El color púrpura, Persépolis y la vida de Adèle: un ejercicio de literatura comparada desde una perspectiva de género (2019). Su novela bilingüe La muralla (2017) aborda el tema de la migración en el contexto de la política de Donald Trump y el muro. En Notivox publica su columna Desde el volcán).