
Las reflexiones de Gerardo de la Torre (Oaxaca, 1938-Ciudad de México, 2022) siguen presentes en la vida cultural de nuestro país. Esta vez con un compendio de anécdotas, retratos, diálogos amenos, tertulias, charlas de cantina, recuerdos, que fueron parte de personajes entrañables.
Leer a De la Torre en estas páginas hace pensar en esa conversación secreta que Salvador Elizondo reveló en sus Diarios, en donde se exhibe una suerte de vía paralela a la aparición de sus libros, y abre al lector la posibilidad de volver con otros ojos a la obra elizondiana. Hay en ellos un esqueleto autobiográfico que va de la adolescencia del artista a sus años de madurez. Los Diarios de Elizondo valen por los datos directos sobre su temprana definición como compositor y pintor, su interés por el espectáculo cinematográfico, y el encuentro con la teoría del montaje de Eisenstein, hasta encallar en la narrativa, sobre todo a partir del asombro que le provoca James Joyce.
La coincidencia con las confesiones de Elizondo se halla precisamente en esa vida paralela a la escritura y en su relación con el cine. El autor de Farabeuf solía llevar un diario y un noctuario, de este último dijo que no quería que se publicaran hasta que pasaran treinta años de su muerte, porque hablaba de personas aún con vida y no deseaba tener problemas con nadie. Gerardo de la Torre elabora retratos de sus muertos, su esposa, maestros, amigos y colegas del periodismo cultural con quienes coincidía “al calor de unas bien frías”, como decía Augusto Monterroso.
La muerte es un tema frecuentado en la narrativa de Gerardo de la Torre, tanto en novela como en relatos; ahora figura también en estas remembranzas. Se trata de un anecdotario impregnado de ironía, sentido crítico y la frescura de una conversación entre amigos.
El libro abre con el funeral de José Revueltas, día lleno de adversidades y momentos inesperados que hicieron de ese instante algo menos solemne. Es una estupenda crónica aderezada de la presencia de simpatizantes y personas non gratas al sepelio. De la Torre contagia su entusiasmo y, a la vez, su lamento al despedir a uno de los notables narradores de la literatura mexicana.
En otro texto, da cuenta de cuando se volvió guionista para la serie Fantomas. Refiere: “Con ayuda de uno de mis hermanos confeccioné una primera historia cuyo asunto era el robo del trofeo Jules Rimet, la copa del mundo. Se acercaba el mundial de futbol México 70 y nos pareció que no había mejor ocurrencia. Llamé por teléfono a Cardona Peña para exponerle la idea y el poeta se entusiasmó, y días después aprobó el guion entregado”. Durante cuatro años trabajó en la historieta de Fantomas y ahí coincidió con Gonzalo Martré, quien también fue invitado a ese mismo trabajo por Alfredo Cardona Peña en el Salón Palacio, antigua cantina de la colonia Tabacalera. Pero en cierta ocasión, De la Torre se llevó un susto: le llevó al editor un guion sobre una isla desierta con cangrejos robots, los cuales se comían unos a otros aprovechando las debilidades de los derrotados. Al final quedaban un par de grandes robts que destruían a las embarcaciones y con lo desechado se seguían alimentando para crecer más. Por ahí Fantomas se las arreglaba para entender cómo funcionaban esos mecanismos y los destruía. En ese momento, Cardona Peña le dijo que era muy raro porque Martré le había dejado una historia igual y que no se explicaba cómo habían podido coincidir. De la Torre sabía muy bien que era posible porque su cuento en realidad estaba inspirado en una antología de ciencia ficción soviética que compró en la librería del Partido Comunista, y seguro Martré había adquirido el mismo libro. El siguiente sábado De la Torre se encontró a Martré en el Salón Palacio y quedaron en el siguiente trato: todas las semanas iban a llamarse para contarse la anécdota que iba a vivir Fantomas, para así no volver a pasar la pena de coincidir en una inspiración similar.
Por fin es posible conocer el origen del apodo a Gerardo de la Torre, el Obrerito mundial. Ocurrió a partir de una entrevista que le hizo Elena Poniatowska. En esa ocasión la periodista y escritora lo citó en una casa de la Narvarte, ubicada en la esquina de Morena y Gabriel Mancera, que había sido de Poniatowska y que en ese momento eran las oficinas de la editorial Siglo XXI. Ahí se encontraron y después en el automóvil de Elena, ella tomó la avenida Obrero Mundial. Y luego en la entrevista ella explicó que lo hizo de manera inconsciente porque él habría trabajado en la refinería de Azcapotzalco y escribía de temas relacionados con el movimiento obrero. “La entrevista bastó para que desde entonces María Luisa Mendoza y otros me endilgaran el apodo. […] Hubo, por cierto, quienes así me decían con afecto; los más, esgrimían con burla el remoquete”.
En ese mismo relato, De la Torre menciona que la China Mendoza le presentó a Gabo. Y al hacerlo le dijo, es nuestro Obrerito Mundial. A lo que García Márquez respondió con una actitud que el escritor califica de inocente: “Pues yo soy el Niño Perdido”.
“Y no faltó quien notificara que en la unión de las colonias Álamos y Narvarte las avenidas Obrero Mundial y Niño Perdido (hoy Eje Central) hacen esquina”, apunta el escritor.
Así son esas evocaciones, es como si Gerardo de la Torre montara ofrendas para los que ya no están, con fotografías, comida y bebida que les gustaban. Vicente Leñero, José de la Colina, Juan Tovar, Juan Manuel Torres, Manuel Blanco, Juan José Arreola, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Yolanda, desfilan por este álbum.
Mary Carmen Sánchez Ambriz
@AmbrizEmece